En la plaza

No se trata de números, de si hubo poca o mucha gente en la plaza; tampoco es cuestión de calidad sino de actitud. La gente encontró el motivo, el lugar y el momento de salir a la calle a poner fin a un caso concreto, el de José María Ibáñez, quien confesó haber cometido peculado juntamente con su esposa, pero erraron al pensar que fue muy poca cosa como para no ser reelecto y más aún para ser expulsado de la cámara.

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De nada sirvieron la renuncia a último momento como tampoco la propaganda instalada a los apurones de que su grupo partidario ya se lo había pedido que renunciara. Fue tarde, la mentalidad colectiva de salir a exigir ya estaba instalada y el oficialismo (¿quiénes son en estos momentos?) lo entendió muy bien. Bastaba con mirar la movilización policial, sus equipamientos, barreras y ubicaciones para entender que ellos sabían lo que se venía, tal vez mejor que los manifestantes espontáneos.

La policía también se equivocó. Pensó que la manifestación quería resolver todos los problemas de una vez, dada la cantidad de demandas, pero la ciudadanía hoy ya no es la masa de otros tiempos que se balancea de un lugar a otro al son de una sola cabeza. La masa de ayer es hoy opinión pública o ciudadanía, según las circunstancias, que se informa por sí misma, se moviliza por sí misma y piensa y decide por su propia cabeza.

Lo de anteayer fue un gran aporte a la democracia. Quedaron de lado ideologías, partidos, protagonistas repetidos y discursos chapuceros. La multitud se dejó guiar por una agenda joven con un libreto diferente. Una actitud de hartazgo que no necesitó destruir nada para dejar plantada una bandera: “no más impunidad, si ustedes no lo hacen, nosotros lo haremos”.

Si los manifestantes de ayer eran mafiosos hubiesen dejado un mensaje explícito: Un cadáver de un corrupto sin las dos manos para que se entienda que así se castiga a los ladrones, pero como se trató de manifestación civilizada, de gente pacífica y democrática el procedimiento es diferente.

No obstante los ladrones públicos y quienes tienen la intención de serlo deben saber que tal vez eludan la cárcel, pero por mucho tiempo no podrán dormir ni llegar a sus casas, no podrán compartir espacios públicos sin ser expulsados y perderán absolutamente el respeto de su familia, sus amigos y correligionarios.

En otras palabras, no perderán sus investiduras; se las arrancarán a jirones en la plaza pública.

ebritez@abc.com.py

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