Es de novela

Ni el más imaginativo autor de novelas de suspenso daría con el final que tuvo el proyecto de enmienda, en su primera parte. Con buena técnica narrativa, se abrieron al lector muchas pistas como posible conclusión. Entre Diputados y la Corte Suprema parecía estar la clave, pero pronto saltaban otros indicios. Es la perfecta novela de suspenso. Y mientras se avanzaba rumbo a las últimas páginas, sucedían los capítulos que iban del drama a la tragedia; de la tragedia a la comedia; de la comedia al esperpento.

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Tampoco el más imaginativo novelista habría tenido la capacidad de pintar con tanta maestría a los personajes: estrafalarios, astutos, ambiciosos, obsecuentes, tránsfugas; en fin, una galería humana formidable.

Hay páginas inolvidables en esta primera parte de la novela. Algunos personajes gritan contra Cartes, pero son sus mejores aliados en esta aventura singular. Darían la vida porque tuviese la ocasión de ser reelegido presidente de la República. Dicen defender la Constitución Nacional, pero hacen el mayor esfuerzo por enterrarla. Se declaran demócratas, pero usan el instrumento del autoritarismo, del personalismo. Se declaran fanáticos de la paz, pero incitan a la guerra, destapan la caja de la violencia, aprietan o hacen apretar el gatillo para que la sangre se derrame. Dicen respetar los reglamentos, pero llevan adelante un Senado paralelo que se reúne a escondidas. Dicen “que la gente decida”, pero en el proyecto está que la gente exprese “si” o “no” a una propuesta redactada por 25 senadores, a puertas cerradas. O sea, “la gente” tiene que decidir sobre asuntos que no se han debatido sino entre 25 convencidos, por unanimidad, sin una voz disidente. Justamente para que no haya opiniones contrarias, para evitar discusiones, se encerraron en una pieza sin molestas presencias. ¿Es concebible la democracia sin debate? ¿Se entiende por democracia que 25 políticos decidan el destino del país con el sencillo expediente de presentar a la ciudadanía los hechos consumados? 

En esta novela tragicómica hay un personaje que me resultó particularmente patético. Me pareció referirse a Fernando Lugo, o por lo menos, se le asemeja bastante. Es notable que en las buenas novelas, como en los buenos textos teatrales, el personaje principal, o uno de los principales, hasta puede no aparecer. No se lo ve, pero está. Se esconde, pero se lo siente. A propósito ¿Alguien sabe por dónde anduvo Lugo durante los trágicos sucesos? 

La ingeniosa trama de esta novela, en su primera parte, tuvo un final inesperado, como toda buena novela de este género. Entre las pistas que aparecían y desaparecían saltó de pronto lo inesperado: la renuncia, o por lo menos el anuncio, de que no se intentaría la reelección presidencial. Es un final abierto, es decir, no es definitivo. El autor deja que el lector complete la obra. Y cada lector, conforme a su talento, sensibilidad y conocimiento, le dará la conclusión o extenderá la novela. Por mi parte, no la doy por concluida. Incluso espero una segunda parte que intuyo ha de ser tan apasionante como esta primera. Quedan muchos asuntos sueltos, muchas preguntas que deben ser respondidas. Algunas de las cuáles: ¿Se llevará hasta la famosa “última consecuencia” el anuncio de la no reelección? Es decir ¿no aparecerá, la también famosa frase, “el pueblo pide y al pueblo hay que escucharle”? Los que viven del bolsillo del Presidente ¿le permitirán irse? 

En algunos capítulos de la segunda parte se mantendrá el suspenso. En otros, no. Por los antecedentes de los personajes resultan perfectamente previsibles sus actos futuros. Algunos negarán haber hecho lo que hicieron, lo que dijeron, lo que pensaron. En esta primera parte se insinúa, por ejemplo, que Blas Llano y sus senadores perdieron la pelea. No es así. Enseguida se van a reacomodar, se sacan el polvo, se componen el peinado y de nuevo formarán fila detrás del poderoso que venga. Son los liberales funcionales. Tuvieron en sus manos que el país siguiera su marcha más o menos tranquilo, o por lo menos sin las asperezas que causaron susto y miedo, pero no pudieron con su instinto y se decidieron por lo peor, con la esperanza de conseguir lo mejor para cada uno de ellos con olvido de la patria. 

De otros personajes de esta obra, como Lilian Samaniego y Darío Monges, no hay mucho que decir. Están en ella como Judas en la Biblia: para que se cumplan las Escrituras. 

El martes se conocerá el primer capítulo de la segunda parte de esta apasionante novela que dibuja a nuestros políticos en su verdadera dimensión moral.

alcibiades@abc.com.py

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