Es difícil tapar todo

BUENOS AIRES. Cristina Fernández de Kirchner (CFK) inició su último año de gobierno sin ninguna chance de que surja alguna fórmula para su reelección, como sí en cambio les ha ocurrido a sus colegas y amigos progresistas de Ecuador, Bolivia, Venezuela y Nicaragua. Ese es un milagro casi imposible –es como hablar de la resurrección– por más que cuente con el aval de la OEA de Insulza, la Unasur de Samper o la Celac de los hermanos Castro.

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No alcanzaría ni con la bendición del papa Francisco, transformado hoy en defensor y gran amigo de CFK, en un nuevo estado de situación –o nuevo relato– muy diferente al de los tiempos en que Bergoglio vivía en Buenos Aires, época en que no se tragaban y casi ni se mascaban con Néstor y Cristina, y el entonces cardenal era acusado por el kirchnerismo de haber colaborado con los militares o por lo menos de haber “mirado para otro lado”.

Todo hace prever que va a ser un año duro.

A los problemas económicos y de la deuda se suman las denuncias sobre corrupción, con vicepresidente ya procesado por la Justicia y más juicios en marcha, y hasta con el allanamiento de empresas de la propia Mandataria y socios de esta, investigadas por irregularidades varias.

Los ataques del Poder Ejecutivo, violentando y desconociendo la separación e independencia de los poderes, y la continua prédica de los hombres de gobierno y de los medios y los periodistas que responden al kirchnerismo contra el Poder Judicial, los jueces y fiscales independientes, hasta ahora no han podido frenar el avance de la Justicia.

Tampoco en este plano, sometimiento del Poder Judicial, CFK ha conseguido –ni de cerca– los logros de sus correligionarios progresistas.

De todas maneras, CFK y sus huestes no aflojan.

Ahora están dedicados a tratar de evitar que existan y se publiciten otros índices de precios que no sea el oficial que elabora el Indec.

Esta oficina del Estado fue intervenida en el 2007 por Néstor Kirchner y hay que ver cómo a partir de ese momento bajó la inflación y comenzaron a mejorar los números. Eso sí fue casi milagroso.

De todas formas tuvo algún efecto negativo: muchos organismos internacionales y la revista inglesa The Economist, por ejemplo, dejaron de usar las “cifras oficiales” y hasta intervino el propio FMI reclamándole sobre ese tema al Gobierno kirchnerista.

Otro hecho negativo para el Gobierno fue que integrantes del Congreso Legislativo empezaron a divulgar los índices de empresas técnicas privadas –hostilizadas y perseguidas desde el Gobierno–, los que estaban más acordes con la realidad y mostraban que la inflación era, y es, el doble que la que dice el Indec.

Pero a CFK y su gente no les gustan las malas noticias –parecería que creen que no difundiéndolas desaparecen– y han iniciado una embestida contra los congresistas que informan sobre los índices de precios.

El propio jefe de gabinete, Jorge Capitanich, quien desde el principio ha asumido su papel con un entusiasmo que por momentos como que lo obnubila, ha sorprendido a la opinión pública afirmando que difundir un índice de precios que no sea el oficial es “una falta de respeto a la democracia, al Congreso y a las mayorías”, lo que no deja de ser algo novedoso, ¿no?

Aseguró también que “en la Argentina hay un índice que se mide eficazmente y que cualquier persona puede consultar”.

Quizás esto lo dijo en broma pues se refería claramente al Indec.

Censuras por un lado, embestidas por otro y, además, pretender milagros no han de resultar fáciles. No se puede tapar todo y pretender que la gente no se dé cuenta.

Eso ni con la ayuda de un Papa amigo, o de una oposición, algo corta de vista o de miras, que sigue dividida.

daf@abc.com.py

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