Globo, cinto, guacha y mazo

Ella solo quería un globo. Casi todas las tardes miraba con ojos de alegría cómo iban cobrando forma esas coloridas esferas de aire mientras barría la segunda planta de la pensión en la que era explotada desde que tenía siete años. A sus diez, todavía tenía la ilusión de tener aunque sea un globo propio. Cuando tomó coraje de pedirle al “hijo de la señora” que le regalara uno, la respuesta fue: “por qué no le pedís a tu mamá que te compre”.

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Entonces, ella se hizo otra pregunta cuya falta de respuesta le reventó como un globo de mayor impacto: “por qué mi mamá me abandonó en esta casa”.

María (nombre ficticio) fue arrancada de su hogar a los siete años y traída a Asunción para “vivir bien” a la casa de su “patrona”. Desde entonces vivió un calvario del que se liberaría recién a los quince años.

Era la década del 60 y entonces no había la línea gratuita del 147 para denunciar abusos. Tocaba resignarse, rezarle a Dios o rogar a quien fuese, que sus días fueran diferentes.

El caso de María me vino a la mente cuando ayer en televisión pasaban la noticia de que rescataban a una menor de edad que había sido golpeada con cinto, guacha y mazo en una casa de Lambaré. ¿Cuál era su pecado? Ser una criada. Indigna siempre conocer este tipo de noticias, más aún cuando todavía tenemos fresca en la memoria la tibia condena a los asesinos de Carolina, la criada de Vaquería, brutalmente asesinada. El denominador común de estos mal llamados “patrones” es el abuso de todo tipo hacia estas personas en estado de vulnerabilidad social.

Aunque la figura del criadazgo –extraer a un menor de edad de su entorno familiar y trasladarlo a otro hogar cuya comida, vestimenta y alimentación son pagados por el menor con trabajos domésticos– no está contemplado en el código penal como tal. El hecho de mantener a una persona bajo este régimen puede configurarse como delito de trata de personas (captación, transporte y traslado con el fin de explotar sexualmente, laboralmente o de extracción de sus órganos) su expectativa de pena no llega ni a los diez años de cárcel. Ante este vacío legal para el uso del término “criadazgo” como crimen, la Secretaría de la Niñez se encuentra trabajando en varias mesas de manera a darle la conceptualización que corresponde y sobre todo penar este hecho. Las personas que se refieren a alguien como su “criadita” o “criadito” lo dicen un ridículo aire de superioridad. Sin embargo, son criminales que se merecen la cárcel. En nuestra sociedad, el criadazgo está normalizado y algunos lo toman como un acto de magnanimidad, como si la víctima se tratara de un ser inferior.

¿Qué podemos hacer mientras aguardamos que haya un régimen legal de protección para ellos? Pues usar la herramienta que tenemos a mano: llamar a la línea gratuita 147 y denunciar este tipo de situaciones.

El no hacerlo nos convierte en cómplices de un hecho criminal y no creo que nadie quiera cargar con el maltrato hacia alguien o en el peor de los casos, muerte en su conciencia. Por más globos y menos cintos, guachas y mazos.

mescurra@abc.com.py

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