Hacia atrás, como el cangrejo

MADRID. En los albores de la humanidad, el hombre debió desarrollar ciertas habilidades como la de lograr el dominio sobre la mandíbula para poder emitir sonidos que con el tiempo se convertirían en un lenguaje articulado. También debió desarrollar habilidades con las manos para utilizarlas como herramientas y luego fabricar otras herramientas con las cuales mejorar su trabajo y sus condiciones de vida; el hacha de piedra, las lanzas, el arco, la flecha, la bomba atómica. Esto que nos ha demandado algo cuarenta o cincuenta mil años, estamos a punto de saltarlo por alto.

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Los técnicos en educación, o mejor, los técnicos en técnicas de educación, así de sofisticados somos, han decidido no darle ninguna importancia a la escritura. No les importa que el niño aprenda a empuñar el lápiz para escribir; no le dan importancia ni siquiera con qué escriben: sea lápiz de grafito, bolígrafo, pluma fuente, plumilla, tinta, lo que sea. Como estas herramientas han sido declaradas obsoletas dentro de la modernidad pedagógica, es lógico que tampoco se le dé importancia a la materia para la cual fueron creadas: la redacción de un texto. Así es como se declararon obsoletas la sintaxis, la ortografía, la gramática, y todo lo que tenga que ver con la lengua escrita que ha terminado por afectar también a la lengua hablada que terminará por embotar el pensamiento.

Se cree frecuentemente que la computadora se encargará de solucionar todos los problemas que se presentan en la lengua escrita. Se sabe que dentro de los procesadores de texto viene una función encargada de corregir las barbaridades que hemos escrito. Se ignora en cambio que solo corregirá algunas de las barbaridades, no todas, que hayamos escrito. Si la palabra existe, y la máquina la encuentra correctamente escrita, no la señalará como error en ningún caso.

Algunos ejemplos lo ilustrarán mejor: “hasta” y “asta”: decimos “hasta mañana” y “el asta de la bandera”; “abría” y “habría” (“abría la puerta” y “habría salido”); “cima” y “sima” (“llegó a la cima de la montana” y “se precipitó a la sima”); “pozo” y “poso” (“sacó agua del pozo”, “la experiencia le dejó un poso de amargura”); “hizo” e “izo” (“hizo lo posible por llegar” o bien “izo la bandera al amanecer”); “brasas” y “brazas” (“puso la carne sobre las brasas”, “el barco naufragó a 500 brazas de la costa”); “sierra” y “cierra” (“cortó el árbol con una sierra”, “cierra la ventana antes de dormir”). La lista está lejos de agotarse aquí. Podríamos seguir por varias páginas más, pero creo que para ejemplificar lo que quiero decir, es suficiente.

En casos similares, la computadora, que no es un artilugio mágico ni tampoco piensa, el error no se marcará porque no sabrá cuando escribimos tal o cual palabra lo que en realidad queremos decir. De allí podemos pasar a los problemas de género donde la cosa es mucho más compleja de lo que pretenden las feministas: por ejemplo: “el editorial” (artículo de fondo de un periódico) o “la editorial” (empresa que edita libros o periódicos). Si entramos en las construcciones gramaticales, la cosa se pone más difícil y ya no hablemos cuando avanzamos algunos pasos más y entramos en el campo de las ideas.

Hasta el momento, no sé si para bien o para mal, no se ha inventado máquina alguna capaz de suplantar al cerebro humano en muchas de sus cualidades: la función de pensar y razonar, por ejemplo. Querer relegar estas capacidades a una máquina que no puede hacerlo, es sencillamente caminar hacia atrás, como lo hace el cangrejo. Es doloroso reconocerlo, pero los técnicos en técnicas de la enseñanza nos están poniendo en un camino de retorno, hasta que logremos desacostumbrar la mano a la escritura, la terminaremos por atrofiar, perderemos la agilidad de la mandíbula para articular sonidos y ¡oh maravilla!, nos veremos de nuevo cara a cara con quienes fuimos, el hombre de las cavernas.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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