Hay que ser agradecidos

SALAMANCA. No deja de ser sorprendente que en dos o tres frases se haya podido sintetizar de manera tan clara y precisa lo que es el pensamiento totalitario, una idea que bien podría ser tema de desarrollo en un libro de trescientas o más páginas. Nuestra natural austeridad de lenguaje ha logrado esa síntesis.

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Cándido Giménez, precandidato a concejal de Carayao (Departamento de Caaguazú) por el movimiento Honor Colorado (qué llamativa coincidencia, sus iniciales coinciden con las del presidente Horacio Cartes, que patrocina este movimiento) trató de malagradecidos a quienes no están apoyando a los precandidatos oficialistas de ese departamento y del país. Se refirió así a quienes se están beneficiando con el programa de Tekoporá que depende de la Secretaría de Acción Social y que ayuda a las familias en situación de extrema pobreza. A través de dicha oficina, los beneficiados reciben dinero en efectivo durante setenta y dos meses consecutivos.

En una entrevista concedida a una radio comunitaria, Cándido Giménez dijo: “Les estamos dando seis años para cobrar para sus hijos, y ustedes van a poner la imagen de Marito por sus casas. Cosa que yo no voy a permitir mientras que esté acá sano” (sic). No contento con esta frase, cuando periodistas de la capital le preguntaron si había dicho realmente tal cosa, respondió que “Me parece injusto que los funcionarios públicos y beneficiarios del Estado estén apoyando a otros candidatos opositores” y añadió que él está para “defender al Gobierno porque la administración está haciendo lo imposible para llegar a toda la población”. La lección de educación cívica que encierran estas palabras es para llevarla a todos los colegios e incluso a la universidad. Sí, pero como ejemplo de lo que no debe decirse, no debe hacerse, ni siquiera debe pensarse.

Meses atrás insistía en esta misma columna –y seguiré insistiendo– que es impostergable la inclusión de una materia de educación cívica para todos los jóvenes. Pero creo que cometí un pequeño error. Entonces pedía que fuera para los jóvenes. No, me corrijo. Ahora pienso que las clases deben ser también para los aspirantes a políticos. Incluso se les tendría que tomar un examen y solo si aprueban aceptarlos como candidatos a lo que sea. Este bochorno no lo pasa solamente el movimiento que lo presenta; es el país el que lo sufre porque no existe, en todo el mundo civilizado, alguien que pueda proponer tal atrocidad.

El gobierno no tiene por qué ser defendido por políticos. Para esto están otros organismos. El político debe hacer su trabajo y cumplir con los objetivos que ha prometido a sus electores. Su mejor defensa del gobierno es hacer las cosas bien y no valerse de bravuconadas. Él no puede ordenar ni prohibir que la gente cuelgue en su casa la fotografía de quien le dé la gana, así sea Leo Messi, Donald Trump o Kim Jong-un. En cualquier democracia esto se llama “libertad de expresión” y la intención del señor Cándido Giménez la anula, violando así la Constitución que nos garantiza tal libertad.

Por último, el dinero que estas familias en situación de extrema pobreza están recibiendo del gobierno no es del señor Horacio Cartes, ni de Santiago Peña, ni del partido gobernante. Ese dinero es nuestro, el que aportamos con los impuestos que debemos pagar puntualmente si no queremos que venga la oficina de tributación y nos multe porque ella va al tanto por ciento de lo cobrado.

En estos días, una profesora de la Universidad de Navarra (España), especializada en corrupción, decía que ella se debe a tres factores principales: 1.- La larga permanencia de un mismo partido en el gobierno. 2.- La falta de transparencia en la contratación de funcionarios. 3.- La falta de control riguroso en la financiación de los partidos políticos. Ella trataba de explicar algunos hechos de corrupción que se han destapado últimamente aquí en España. Pero también sirve para explicar cómo es posible que puedan tener cabida en el gobierno personas cuya manera de pensar se entronca con aquellos años negros de la dictadura cuando el tirano pedía que se fuera agradecido con su gobierno (y con él, porque él se sentía consustanciado con el gobierno y con el país mismo) porque era de su mano que venían las dádivas.

Cándido Giménez concluyó su discurso diciendo que “Santiago Peña y todo el equipo oficialista están trabajando a favor de la ciudadanía”. Eso no es un mérito. Esta es su obligación.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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