Incertidumbre y pánico en Brasil

A mucho menos de veinte días de las elecciones presidenciales, el clima de zozobra y de incertidumbre se ha apoderado del electorado brasilero, acuciado por los vaivenes preferenciales que suben y bajan, zigzagueando caprichosamente hacia uno u otro lado según las circunstancias del momento, ante la mirada atenta de las dos protagonistas, listas para echar sobre la mesa las últimas cartas escondidas bajo la manga, y una bolsa de valores totalmente desorientada por la confusión reinante.

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Marina sigue dos puntos adelante en el balotaje con su nueva forma de hacer política, apelando a su “red sustentable”, sin un poderoso partido político que la respalde, pues es sabido que Eduardo Campos solo contaba con el diez por ciento de las intenciones electorales, situación que se revirtió milagrosamente cuando la candidata ecologista tomó el timón de la conducción, con una hoja de ruta bien trazada y firmemente sustentada en valores y principios espirituales, con una fe inclaudicable en el futuro y en las posibilidades de encarnar la imagen de un Brasil nuevo, sin las escorias putrefactas y corrosivas de la corrupción, empotradas en el Estado.

Marina ha afirmado que los partidos tradicionales ya no viven en la conciencia social del pueblo ni dinamizan los principios cardinales de la democracia participativa que ha sido abroquelada, encepada y asfixiada dentro de los cerrados y herméticos pliegues de las logias políticas que han saqueado inescrupulosamente al Estado, al amparo de cuantiosos privilegios e inmunidades inconcebibles.

El Estado, que debería ser servidor del hombre libre, se ha vuelto prevaricador, puesto a las órdenes del clientelismo más abyecto, desterrando el bien común en beneficio de la nueva dinastía privilegiada y oligárquica, huérfana del calor popular.

Dentro del contexto del “mensalão” y de Petrobras se han cometido abusos, sobornos, chantajes y expoliaciones inimaginables, provocando protestas callejeras y recriminaciones en las redes sociales que pusieron en tela de juicio la credibilidad política del Gobierno.

Muy bien consigna la versión del “hombre mediocre” que los partidos tradicionales se han convertido en burdos enjuagues de prebendarios y en riñas palaciegas de mercenarios y aventureros apoltronados en el poder, ávidos de acumular riquezas de la forma que sea, dando rienda suelta al demonio del lucro y la avaricia desembozada, opacando así los sueños de poder concebir, algún día, un país libre del peculado y la corrupción.

Las dos candidatas se encuentran en un empate técnico en el balotaje, aclarando, sin embargo, que Marina lleva la delantera con dos puntos a su favor.

De muy poco le ha valido a Dilma el apoyo incondicional de Lula, lo que indica un deterioro palpable de la imagen del hombre que se había ganado un sitial relevante como el gran elector del pueblo brasilero.

Pese a ello, si Lula fuera candidato a presidente tendría mejor performance que Dilma y el Partido de los Trabajadores podría descansar un poco más tranquilo, esperando con confianza el desarrollo de la contienda electoral.

Con Dilma, todo es incertidumbre y desazón. Errores de cálculo político que siempre cometen los seres humanos llevados por la confianza excesiva en las propias fuerzas y en la partidocracia envilecida por la infatuación y la soberbia.

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