Instituto de Patología e Investigación

La actividad científica es dependiente de la libertad académica, concepto posmedieval universitario que tercamente perdura, que presupone su creatividad. Comprende la libertad para nombrar y destituir profesores, seleccionar y calificar alumnos, elegir y validar temas y métodos de enseñanza e investigación, sin interferencias políticas, administrativas, ni religiosas.

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El investigador original florece en este milieu libertario cuya ausencia favorece la mediocridad académica, el statu quo y la preferencia por el facilismo de la copia o la transferencia de conocimientos.

Sin embargo, existe en el mundo global de la ciencia una restricción fundamental no escrita pero que es parte de la manera en que se conducen los trabajos científicos. Más allá de estas amplias libertades, que incluye hasta iniciar un programa de investigación con hipótesis de mitologías conjeturales o ideas descabelladas. Lo dijo Popper, el filósofo de la ciencia más influyente del siglo 20.

Esta restricción tiene que ver con criterios que la comunidad mundial de científicos, en férrea defensa del actual paradigma científico, concepto creado por Thomas Kuhn, ha establecido como sus reglas de juego de funcionamiento. Estas disposiciones, que todos los científicos conocen, no son inmutables, pero quien no las acata, no es recibido en la comunidad científica. Puede que esta particularidad de disciplinar moleste o no sea entendible a quienes no sean partícipes de este mundo, pero es la rutina inescapable para quienes viven en el mundo de la investigación, esa Castalia simbolizada y magistralmente descrita por Hermann Hesse, premio Nobel de Literatura, donde los maestros interaccionaban con sus discípulos para enseñarles con el modelo el rigor del método y el razonamiento del juego de los abalorios.

Es en este contexto que históricamente existen reglas para determinar cómo se define y valida la actividad científica y quienes determinan si se adecua o no al paradigma del momento. La alta especialización, cada disciplina con su terminología, su jargón, sus métodos, resulta en la dependencia del área a sus propios actores, cada área compuesta de innumerables científicos agrupados en logias más pequeñas, cada una con su modo de actuar y avanzar en el proceso de la investigación.

Por eso es inevitable que la valoración de un trabajo deba ser realizada por el miembro más cercano del área de dicho estudio, es decir, por el par científico. No existe otra manera hoy aceptable de evaluar un trabajo científico. Cualquier otro esquema violaría esta ortodoxia a la que los científicos se someten voluntariamente, justificando el estado del arte del paradigma vigente.

Gran descubrimiento 

Pero quédese quieta esa comunidad mundial de marginales que crea su propia heurística. Porque su fin ocurrió en el Paraguay, con beneplácito de mucho pueblo twitero que descree a la Trump de los conocimientos tan penosamente logrados por ese pequeño grupo de atrevidos escépticos e inquisidores que desean imponer vaya a saber qué exóticas epistemologías. Al fin tenemos un gran descubrimiento que es nacional y no foráneo, que ocurrió en el lugar lógico, donde se pergeña la ciencia paraguaya. Y para completar la absoluta originalidad del descubrimiento, no lo hizo una sola persona. La idea en la ciencia normal suele originarse en un cerebro para luego difundirse a otros, dijo Poincare. Acá apareció la genialidad multicefálicamente y, de una vez, con inspiración súbita y colectiva, como en el relato de Arquímedes.

¿Pero cuál es ese nuevo paradigma que desmayaría a Kuhn? Es la invención de nuevas técnicas o reglas de juego para evaluar los trabajos científicos en el Paraguay. El Conacyt determinó en su última sesión que ya no serán solamente los pares científicos internacionales quienes seleccionen los trabajos de investigación, porque sus decisiones, al elegir temas de escasa o excesiva relevancia, desagradan a los facebookeros, twiteros, pastores, frailes, empresarios, seudoacadémicos y hasta a políticos juristas de cierta lucidez aunque soberbios al no distinguir sus límites intelectuales.

Quienes ahora decidirán el destino de la ciencia del Paraguay, por súbita y hagiográfica revelación que los categoriza como los nuevos iluminatis vernáculos, serán el propio consejo del Conacyt, secundado por ministerios públicos. Estos últimos, de escasa tradición científica.

Qué chance puede tener mi estudio sobre la Disposición Física Espacial de las Fibras Elásticas de la Túnica Albugínea Peneal, al confrontarlo en competencia para su financiación con la Incidencia y Mortalidad del Dengue Hemorragico, a ser revisado por el tradicionalmente políticamente neutro, muy científico y académico Ministerio de Salud Pública.

Ya en serio, nuevamente se equivoca el Conacyt, y esto es más grave, al confundir funciones y en agregar cómplices al mamotreto embarrando aún más la cancha de la incipiente ciencia paraguaya, y con esta actitud, cuando empezábamos a asomar la cabeza, arriesgar su marginación de la ciencia mundial. 

No podemos aún, desde esta isla sin mar, recrear la cultura científica. Pedimos, un grupo amplio de investigadores nacionales, a los ministerios a ser involucrados, rechazar tal espuria función, y a la Presidencia de la República, de quien depende el Conacyt, solicitamos la perentoria reestructuración de la composición de este organismo, dotándolo con personas que, que aunque no tan iluminadas ni atrevidas en sus descubrimientos, conozcan cómo realmente funciona la investigación científica.

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