Jesús llama y envía

El Evangelio revela: “Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros”.

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Para el crecimiento del Reino que Cristo vino anunciar e inaugurar es necesario la colaboración del ser humano, aunque la parte esencial es Dios mismo quien la hace.

Jesús se entregó totalmente a la misión recibida del Padre, no reservó nada para sí y no tuvo miedo de arriesgar su comodidad, su seguridad y hasta la propia vida. Y es justamente por esta intrépida acción que hace aparecer el nuevo cielo y la nueva tierra.

Los criterios que Él usa para elegir escapan de nuestra investigación, pues reposan en Su sabiduría y omnipotencia. Sea como fuera, este refrán aclara algunas cosas: “El Señor no elige a los capacitados, sino que capacita a los elegidos”.

Además de llamar y enviar sus elegidos, Él también les dio un poder sobrehumano, que es la facultad de vencer a los “espíritus impuros” que martirizan a las personas.

¿Cuál fue la reacción de los llamados? Dice el texto bíblico: “Ellos fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y sanaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo”.

Ellos supieron vencer las famosas “disculpas” que solemos usar para huir del compromiso: no tengo tiempo, me ataca la presión alta, tengo problemas de rodilla, en este momento no puedo dejar mis familiares, ando mal de las tiroides y, finalmente... no puedo asumir ninguna tarea, porque a mí me gusta hacer las cosas bien hechas y si no voy a hacerlas bien hechas, prefiero no asumir nada.

Esta falta de generosidad de los llamados estimula y facilita a los espíritus impuros para actuar con más cinismo y prepotencia.

Y, en este siglo XXI nos toca a nosotros oír el llamado del Señor y responder con desprendimiento, dejando de lado las mezquindades que suelen atraparnos, porque es nuestra obligación dejar este mundo un poquito mejor de lo que hemos recibido, sea a nivel de sociedad, como de ecología.

Por ello nos exhorta el documento de Aparecida: “Recobremos el fervor espiritual, conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Hagámoslo con un ímpetu interior que nadie ni nada se capaz de extinguir. Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas”. (DA 552)

Jesús sigue llamando, preparando y enviando, porque Él quiere que tengamos vida en abundancia, que los bienes de la tierra y de la sociedad sean más compartidos, que disfrutemos de armonía interior y encontremos la verdadera realización.

Paz y bien

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