Jugando con fuego

Pensándolo bien, si no hubiera redes sociales nunca nos hubiéramos enterado.

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Los políticos y autoridades “nuevos ricos” y sus familias no solamente nos saquean sino además quieren refregarnos su opulencia. Quieren que nos enteremos de su buena vida y su poca vergüenza, una característica de aquel al que no le basta vivir como un nuevo millonario que dejó atrás la pobreza de los comunachos sino además debe ostentarlo porque si no, el gozo no es completo.

Hacen videos de cómo preparan y diseñan majestuosas fiestas de quince años de sus hijas con souvenirs, chocolates y flores naturales importadas, grupos musicales extranjeros y ropas de diseñador con cascadas de luces y excentricidades gastronómicas cuyos nombres ni saben pronunciar.

Se sacan fotos y nos friegan en la cara de cómo lucen ropas carísimas por las que deberíamos empeñar al menos unos cinco salarios mínimos. Nos muestran videos filmados en el Taj Mahal, en París, en Atenas, Venecia o Nueva York.

Nos cuelgan fotos de espaldas al mar, frente a sus departamentos propios en el extranjero, todos de blanco pureza para recibir el año nuevo en una catedral brasileña. Viajan a Europa un par de veces al año a visitar a hijos que envían a estudiar afuera, luciendo maletas de marca, costosos abrigos y privilegiados asientos de aviones. Frecuentan restaurantes internacionales de lujo y se sacan fotos con el chin-chin de caras cosechas.

Ostentación financiada con tremendos casos de corrupción y alevosos crímenes financieros. Gente que no trabajó para disfrutar lo que tiene y menos aún tributó impuestos; paraguayos enriquecidos con total impunidad y oscuros orígenes del dinero. Derroches y despilfarros. Una exhibición pornográfica en redes sociales con videos, fotos y la fila de los “me gusta” de los tradicionales lameculos.

El verano caliente sin luz y con mosquitos no es problema porque huyen a la nieve y en invierno siempre pueden refugiarse en el mar. Desfilan sus dudosas ganancias en medio de la gente que vive pataleando con lo escuálido de salud, educación y vivienda que garantiza el Estado.

Y todavía osan llamarnos resentidos.

Vimos sus viejas fotos de cómo lucían la ropa que hacía la modista del barrio y el traje del sastre de la ciudad, los modestos zapatos de viejas épocas donde usaban lo que el salario permitía comprar.

Jugaron con fuego y con la paciencia. El fuego quema y la paciencia se agota. Hace muchos años en Francia, una de las revoluciones más grandes del mundo demostró lo peligroso que es colmar la paciencia de los hambrientos. Cuidado con esa vida donde solo unos pocos comen y otros muchos solo miran.

mabel@abc.com.py

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