Juventud... ¿divino tesoro?

Clamamos por el cambio y liderazgos dignos. Desde que se fueron los tiempos oscuros, anhelamos que en el Paraguay, los “hombres escombros” dejen el manejo de la cosa pública en manos de otros; más jóvenes y dignos, con atributos para comprender las tribulaciones de nuestros compatriotas y con la suficiente capacidad, voluntad y entereza para darles solución. Pero casi siempre condicionamos la concreción de estos deseos, a valores que en medio de la borrachera democrática, adquirieron otros significados. Vocablos como ideales, verdad, justicia, la misma democracia, ya no tienen hoy la resonancia que adquirieron durante la negra noche de la dictadura, cuando fueran sostenidos por una juventud altiva, ávida de libertad y de días venturosos para la patria.

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Pero la resaca que nos va despertando, lentamente, nos permite tragar la ácida saliva de la realidad. Por de pronto, dos jóvenes promesas de la política local recién electos como parlamentarios, Carlos Núñez y Tomás Bittar, ambos de la ANR, enfrentan acusaciones inadmisibles para quienes llevarán la “representación popular” al Parlamento Nacional: evasión y lavado de dinero el uno; y haber abandonado a su víctima el otro, tras haber protagonizado un accidente de tránsito. Ambos están empeñados ahora –de acuerdo a los informes de prensa– en enfrentar sus responsabilidades anteponiendo las consabidas “chicanas jurídicas” que permiten evitar el esclarecimiento de los hechos.

O para evadir alguna eventual condena. Aunque ya se sabe, que el inicio de las sesiones parlamentarias facilita a ambos el remanido y mal utilizado recurso del amparo en los fueros.

Margarita Yourcenar alertaba sobre el fenómeno de la juventud como “esperanza del futuro”. Decía que tendemos a sobredimensionar el papel de los jóvenes que no serán esperanza de nada si no cuentan con buena formación y buenos ejemplos. Y ambas cosas son lamentablemente escasas en nuestro medio. Aunque podría esperarse que las leyes y el apego a su cumplimiento, además de una robusta opinión pública, pusieran coto a las falencias. Pero el análisis de la escritora belga explica la actitud de los citados jóvenes, sin contar que otros como ellos, militantes de cualquier agrupación, SABEN que si quieren ascender en el escalafón del Partido, TIENEN que seguir la huella de sus líderes. Por lo que, hasta ahora, sólo tenemos en las agrupaciones políticas a jóvenes prematuramente envejecidos, no jóvenes de verdad, sino émulos de sus caciques partidarios, sin más intención que “hacer lo que se debe” para su aproximación al poder. Y por la experiencia acumulada, ya sabemos lo que harán una vez concretados sus propósitos: ineficiencia, despilfarro, corrupción, postergación de las soluciones que el país necesita junto a las frustraciones de siempre. El desencanto de verificar que la democracia no es el ámbito para los mejores y que los “cascotes”, determinantes en el manejo de los resortes del poder, se reproducen con buena salud.

Compartamos parte de la culpa, pues desde siempre relacionamos la virtud con una cuestión etaria: “los jóvenes son idealistas y puros”; “los viejos son conservadores y retrógrados”. Se piensa que mientras jóvenes, luchamos por una mejor sociedad y que ya de adultos, nos abandonamos a la modorra denostando contra todo lo que nos recuerda a nuestros fracasos y frustraciones. Son pocos los que conservan la lozanía mental de la juventud, a pesar de huesos desgastados y músculos contraídos. Tuve el privilegio de conocer a uno de éstos: el Dr. Rafael Oddone quien ya octogenario se inflamaba de patriótico idealismo cuando hablaba del Paraguay y se erguía desde su silla, agitando los brazos como si estuviera en las grandes concentraciones estudiantiles que lo tuvieron de protagonista en las décadas del 30 al 40 del siglo pasado. Pero la generalidad consagra estereotipos que se elevan hasta la categoría de verdades absolutas, aunque los jóvenes sean condenados por los malos ejemplos y la paupérrima educación que reciben.

En nuestro país, sin embargo, la acerada certeza que otorga la estadística, nos revela que un alto porcentaje de la juventud paraguaya, mucho más que el escaso componente que los “militantes de las juventudes partidarias” y de los que transitan el trillado camino del pokarê y el mbarete, SON el futuro de la nación. Así, miles de jóvenes que, sin enfocarse a nada más que al sacrificio de buscar o conservar un trabajo, de educarse a destajo, soñando a tiempo completo, mantienen viva la esperanza de que en un atajo del destino, el “divino tesoro” de la juventud convierta al Paraguay en la patria soñada.

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