La accidentada vida asuncena

La fundación de la que sería capital del Paraguay ha sido un accidente. Buenos Aires fue la elegida por el primer Adelantado, don Pedro de Mendoza, para el proyecto de afianzar los dominios españoles. Pero no había qué comer y los nativos no eran amigables. Con los carios encontraron amistad y alimentos.

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Asunción nació bajo el signo del espejismo. Sus fundadores levantaron una Casa Fuerte para que sirviera de “amparo y reparo de la conquista” en la creencia obstinada de que sería el punto de partida para escalar las montañas de oro y plata.

Los conquistadores se aferraban a la esperanza de adueñarse de la Sierra de la Plata. Todos los intentos habían fracasado porque no podían llegar hasta el sitio donde sabían o suponían que existía el fabuloso tesoro. Martínez de Irala, valiente, decidido, se puso al frente de un numeroso grupo de indígenas y españoles dispuesto a conquistar la esquiva fortuna, por la que se iban en suspiros y afanes. Y llegó hasta donde nadie había llegado antes por la ruta que se había trazado. Al fin, después de un largo, agotador, descomunal viaje, Martínez de Irala y sus hombres pisaron las estribaciones andinas. Pero solo fue para comprobar que el Potosí –El Dorado de los sueños y los quebrantos– ya había sido descubierto y tenía dueños. El regreso fue doblemente penoso. La desilusión explotó enseguida y camino a casa destituyeron a Martínez de Irala del cargo de Gobernador.

Con los viajeros llegó la mala nueva a Asunción, ocupada en despilfarrar su energía en una revuelta, como tantas veces habría de repetirse en su historia. Se le repuso a Martínez de Irala pero los asuncenos no se repusieron de la desdicha de saber que nunca tendrían oro ni plata. La noticia llegó a la metrópolis y el rey decidió olvidarse de su pobre y lejana Provincia. La abandonó a su suerte. No merecía ni un minuto de su tiempo afanarse por unas tierras donde lo único que brillaba era el sol agobiante.

Manuel Domínguez en “La sierra de la Plata y otros ensayos” escribió: En el Paraguay El Dorado robaba el sueño de la gente. El primer obispo medio enloquecido por las Amazonas y El Dorado juró en un sermón que iría allí. Martín de Orué escribió (…) “que los españoles del Paraguay buscando la laguna de El Dorado, han gastado su tiempo y consumido lo que había para la sustentación de la tierra”. Lo que no dice Orué –agrega Domínguez– es que caballeros de alta guisa que buscaban El Dorado acabaron por hacerse zapateros”. 

Desde los inicios de su existencia –15 de agosto de 1537– Asunción sufrió las calamidades de la naturaleza y del hombre. En el mismo año de fundación “vino tantas langostas que el sol oscurecía y cubría toda la tierra y la destruyó, que no dejó cosa verde en ella...”. Cuando el proyecto de ciudad se expandía, el 3 de febrero de 1543 se produjo un pavoroso incendio que duró cuatro días. Se quemaron 120 casas, animales domésticos y granos que se guardaban para el consumo. La primera consecuencia fue el hambre.

Junto con estas y otras calamidades –como los raudales que arrastraban personas, viviendas y capueras– se padecieron los interminables enfrentamientos entre facciones rivales. Uno de los más serios fue la “herencia” de Álvar Núñez Cabeza de Vaca que dividió la Provincia entre “leales” –que eran sus partidarios– y “Comuneros”, que respondían a Martínez de Irala. Estos se alzarían después contra los Jesuitas en feroces batallas que resonaron por todo el universo.

Aun con este abandono, Asunción se hizo cosmopolita. Movilizó sus fuerzas –que eran escasas– y su solidaridad –que era en exceso– para darse a la tarea formidable de sembrar ciudades y hacerse querer hasta el delirio.

alcibiades@abc.com.py

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