La Argentina bipolar

Según el destacado sociólogo y politólogo Manuel Mora y Araujo, la sociedad argentina es bipolar. La analogía sugerida remite, claro está, a un individuo que pasa con facilidad de la euforia a la depresión, del optimismo al pesimismo. De acuerdo con su diagnóstico, la sociedad argentina muestra fuertes cambios en corto tiempo respecto de las valoraciones y las expectativas de gran parte de la población. Esa bipolaridad puede ser entendida, dice Mora y Araujo, como una pauta de comportamiento secuencial, en la que un estado de ánimo sigue a otro y exhibe, a la larga, cierta circularidad. En el plano político, esa bipolaridad se manifiesta claramente en la extendida propensión a apoyar un gobierno con entusiasmo para odiarlo profundamente tiempo después.

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Mora y Araujo ha estudiado con particular cuidado, durante décadas, la opinión pública argentina, sus tendencias y sus orientaciones, basado en la idea de que la mirada retrospectiva permite observar causas y efectos claros y comprensibles. En nuestro tiempo, la opinión pública está en la base de los procesos políticos y es, a la vez, un reflejo de lo que sucede en la sociedad. No todo en la política depende de la opinión pública, pero esta impone restricciones a los márgenes de acción de los actores políticos, advierte Mora y Araujo. Así, hoy mucha gente valora favorablemente el gobierno de Arturo Frondizi, que asumió la presidencia en 1958, o el de Arturo Illia, en 1963, pero, en su momento, la sociedad los dejó caer con indiferencia o hasta con complacencia. Raúl Alfonsín murió sin haber visto una recuperación de la estima pública por su figura, pero después de su muerte una gran parte de la población rescata aspectos importantes de lo que representó su gobierno (1983-1987). Carlos Menem (1989-1999) fue votado dos veces consecutivas por la mitad del electorado y mantuvo durante años una imagen altamente positiva pero hoy es uno de los políticos menos valorados. Fernando de la Rúa (1999-2001) también fue votado por casi la mitad del electorado, aunque hoy se halla muy devaluado en la opinión pública luego de haber gozado de un gran respaldo. Néstor Kirchner gobernó cuatro años (2003-2007) con aprobación increíblemente alta. Algo similar sucedió con Cristina Fernández de Kirchner en términos de popularidad (2007-2015). No solo las valoraciones políticas sino también las preferencias sociales se modificaron sustancialmente durante las décadas de 1980, 1990 y 2000. Ahora, a mediados de la década de 2010, todo indica que están modificándose de nuevo con la derrota del kirchnerismo y la llegada de Mauricio Macri al poder.

Desde el retorno de la democracia hasta nuestros días (1983-2015), la sociedad argentina ha mostrado ciertas tendencias, fácilmente detectables: la valoración del sistema democrático fue positiva y estable; la valoración de las principales instituciones del Estado fue negativa y estable; la valoración de los gobiernos fue muy cambiante (oscilando entre entusiasmo/aprobación y fastidio/desaprobación); la valoración de los temas de la agenda política y social sufrió modificaciones sustanciales durante los mandatos presidenciales (en particular en cuestiones relativas a gobernabilidad, inflación, empleo y seguridad); la valoración de los modelos políticos y económicos sufrió fuertes cambios (por ejemplo, liberalismo/antiliberalismo, estatismo/antiestatismo).

Según Mora y Araujo, ante la falta de una visión estable del país, sostenida desde los liderazgos políticos y sociales, y ante un rumbo errático que mueve a la sociedad argentina casi sin destino, la opinión pública se adapta defensivamente: es volátil, errática, escéptica y desconfiada. Busca, como puede, respuestas a cada situación, con escasa capacidad de aprendizaje, porque los dirigentes en quienes deposita la representación política y sectorial tampoco la tienen. En su apariencia eufórico/depresiva, los distintos sectores que componen la sociedad argentina viven su vida cotidianamente, se expresan creativamente, consumen y producen, luchando contra las continuas trabas que les son impuestas. Y cuando aparece en escena una opción política novedosa, eventualmente la apoyan para pronto descartarla, porque, en definitiva, poco o nada cambia. Desgraciadamente, la Argentina bipolar lleva décadas estancada.

dm@danielmendonca.com.py

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