La capacidad de amar

El amor es el valor supremo de la humanidad. Ninguna experiencia humana nos lleva a tanta plenitud como el amor.

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Ninguna energía personal tiene tanto poder de dinamizar nuestro ser como el amor. Ninguna fecundidad es creativa y trascendente si no está alimentada por el amor.

La experiencia del amor es personal, profundamente íntima e integral. Es una vivencia sin fronteras, es universal. Gracias al amor se engendra la vida, no hay vida sin amor y el amor la madura, la embellece, la levanta a las cumbres del gozo y la calidad. El amor es tan definitivo, que uno puede dar la vida por amor.

Me gusta e impresiona lo que Albert Einstein le escribió a su hija en su última carta: “Hay una fuerza extremadamente poderosa para la que hasta ahora la ciencia no ha encontrado una explicación formal. Es una fuerza que incluye y gobierna a todas las otras, y que incluso está detrás de cualquier fenómeno que opera en el universo y aún no haya sido identificado por nosotros. Esta fuerza universal es el amor.

Cuando los científicos buscaban una teoría unificada del universo, olvidaron la más invisible y poderosa de las fuerzas.

El amor es luz, dado que ilumina a quien lo da y lo recibe. El amor es gravedad, porque hace que unas personas se sientan atraídas por otras. El amor es potencia, porque multiplica lo mejor que tenemos, y permite que la humanidad no se extinga en su ciego egoísmo. El amor revela y desvela. Por amor se vive y se muere. El amor es Dios, y Dios es amor”.

Es muy significativo que un científico como Einstein llegue a la misma conclusión a que llegaron los cristianos de la comunidad de san Juan interpretando la Buena Noticia de Jesús de Nazareth.

En su primera carta, san Juan escribe: “Quien ama vive en Dios y Dios vive en él” (1Jn 4,16), “donde hay amor está Dios, porque Dios es amor” (1Jn 4,8). Aquellos cristianos se tomaron en serio el pedido de Cristo en su última cena, cuando les dijo a sus discípulos que les dejaba un mandamiento, que se amen unos a otros como Él amó y que en eso se les reconocerá como discípulos suyos.

Nuestra capacidad de amar es ilimitada, podemos crecer más y más en amor, en saber amar y en múltiples formas de amor. El propio Cristo por eso nos dijo: “Sed perfectos como el Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48), y la perfección de Dios está en el amor.

Nacemos sin saber amar. El recién nacido es un ser radicalmente necesitado, incapaz de valerse por sí mismo y, consecuentemente, por instinto vital de conservación es egocéntrico y egoísta, esclaviza a la madre, quien por su connatural sentido maternal se da sin condiciones con ternura y amor gratuito hasta convertirse en alimento para su criatura.

Como escribe con rigor científico y pasión por la vida y la naturaleza, la psicóloga Matilde Vargas Peña en su libro “El origen de la capacidad de amar” (2011), desde el momento del parto, cuando este se hace naturalmente, la madre está enseñando y equipando con oxitocina para amar a su propia criatura. “La violencia se origina en el nacimiento. La capacidad de amar también”.

Es paradójico que, siendo el amor el valor más absoluto y radical, universalmente experimentado y reconocido, no sea prioridad en nuestros procesos educativos.

La familia enseña a los hijos en la práctica cotidiana de las relaciones entre sus miembros. Es la escuela fundamental de la vida. Pero normalmente no es una formación refleja y específica, sino espontánea y primaria, porque los propios padres y madres nunca fueron especialmente formados e ilustrados sobre la afectividad.

Y el sistema educativo formal ha optado casi exclusivamente por desarrollar el ámbito cognitivo de los educandos. El diseño curricular prácticamente ignora el desarrollo del ámbito afectivo y ni siquiera ofrece conocimientos sólidos sobre la afectividad y su desarrollo hacia la madurez afectiva.

Nuestra cultura general y el nivel de los egresados de la educación media no aseguran conocimientos y dominio sobre sensaciones, sensibilidad, emociones, sentimientos, afectos, deseos, tendencias, impulsos, motivos, pasiones, amor.

El valor del amor y el crecimiento de las violencias demandan capacitar para amar.

jmontero@conexion.com.py

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