La ciudad de la jungla

La mugre de la ciudad se observa nada más al caminar por las veredas del centro de Asunción, con desagües terroríficos de aguas negras, ni las plazas se salvan de la basura. Al otro día, uno piensa que va a mejorar, pero no, nuestros ojos se acostumbran a las miserias de ver a los enajenados mentales librados a su suerte, que andan en las calles como si fueran perros sin dueño. No nos mueve ni una pestaña porque nos acostumbramos a esta agresión a los derechos humanos en nuestro país. ¿Y qué querés si es el tercer mundo?

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Y no, no me acostumbro, por más que es una realidad de tantos años. Cada vez más común también es que nos visiten y atropellen las organizaciones que marchan por sus genuinos pedidos con bombas estremecedoras de todos los calibres, capaces de anular los tímpanos de los prójimos que tienen que escuchar esos estruendos, bebés, ancianos, transeúntes, con la pasividad que nos caracteriza. Total, así nomás luego es. Nos tienen hartos los que se toman la ciudad como campo de tiro, los indolentes personajes que violentan nuestros derechos.

En las calles del centro también han aparecido relucientes edificios, que han eliminado en muchos casos, de las veredas los árboles. Necesitamos que los planten, no que los borren del mapa, no se dan cuenta que estamos camino al precipicio con los cambios climáticos. Los árboles protegen, y hacen posible un mundo más amigable, menos caluroso y limpian el aire.

No me sorprende que muchos sientan una tristeza inexplicable, ya que muchas cosas no funcionan como debieran. Nuestro país rebosante de juventud no tiene mucho que ofrecerles, y el camino más fácil es jugar al desentendido, al que me importa, mientras no toquen mi metro cuadrado.

La pobreza no necesariamente te lleva a la suciedad, si tenés educación priorizás la salud y la convivencia armónica con el entorno. Se empieza, por ejemplo, con mantener limpias las veredas y las plazas, nuestros ojos no se merecen esta escena dantesca, no nos hace bien caminar sorteando las cloacas, ni viendo cómo una persona es menos que una cosa y que la ausencia del Estado le condena a rebuscarse en los desechos porque no hay un hospital decente que le trate y lo cobije.

No me resigno a esta desidia, a esta imagen de todos los días. ¿Qué harán los candidatos políticos por estos temas cuando tengan su codiciados puesto y salario? Seguiremos los habitantes de la capital, al modo de la jungla, dando este mal ejemplo a las ciudades del interior, sintiendo vergüenza de quienes nos visitan y quieren ver los lugares más emblemáticos. Qué desolación y caos al extremo de que nos importe nada esta violenta realidad.

mirtha@abc.com.py

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