La Cumbre del Clima

“Bienvenidos los que vienen a defender el planeta”, decía un enorme cartel en el aeropuerto Charles de Gaulle de París, la ciudad sede de la Cumbre del Clima, la XXI Conferencia Internacional sobre Cambio Climático (COP21, por sus siglas técnicas). En quienes llegaban se depositaba la esperanza de un acuerdo que diera respuestas a preguntas decisivas: ¿Hacia dónde va una sociedad que nunca está satisfecha? ¿Cómo evitar un aumento superior a 2º centígrados en la temperatura global? ¿Cómo ayudar a quienes se encuentran desamparados debido a la devastación ambiental producida por el cambio climático? El mundo esperaba de la cumbre un acuerdo imprescindible para transitar hacia una sociedad sin emisiones de gases de carbono. La cumbre fue, en verdad, una convocatoria ética en busca de un proyecto de transformación radical de las relaciones del hombre con el planeta.

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Luego de dos semanas intensas, la cumbre arribó al primer acuerdo universal de la historia de las negociaciones climáticas. Así lo señaló el presidente François Hollande al presentar ante un auditorio fervoroso el texto final del acuerdo, destinado a detener el calentamiento global. Ese acuerdo corona un proceso iniciado en la Cumbre de Río, de 1992. En ella se había establecido que sólo los países desarrollados debían reducir sus gases de efecto invernadero. Más de dos décadas después, esas naciones aparecen como responsables únicamente del 35% de las emisiones mundiales. China e India, categorizados en 1992 como países en desarrollo y, por tanto, sin objetivos de disminución de emisiones, se encuentran ahora entre las cuatro economías más contaminantes del mundo.

El acuerdo de París fija como objetivo principal que el aumento de la temperatura media del planeta se estabilice muy por debajo de los 2º centígrados con respecto a los niveles preindustriales. Señala también que deben realizarse esfuerzos para no superar los 1,5º centígrados. Determina igualmente que durante la segunda mitad de este siglo se alcance un equilibrio entre las emisiones y la capacidad de absorber esos gases. De ese modo se reducirá la vulnerabilidad actual y futura al cambio climático. Por último, en el acuerdo se asume el compromiso de generar, a partir de 2020, un fondo de 100.000 millones de dólares anuales destinados a los estados con menos recursos. El propósito es que puedan crecer económicamente pero reduciendo las emisiones de dióxido de carbono, adaptándose al cambio climático. El acuerdo de París no es tan bueno como podría haber sido, aunque es mucho mejor de lo que se esperaba. El acuerdo no garantiza salvar el planeta pero su firma alienta la esperanza de que pueda lograrse.

El cambio climático no es una amenaza eventual sino actual. Durante 2014 más de 19 millones de personas perdieron sus hogares por causa de desastres tales como inundaciones, tormentas y sequías. Según cálculos de la Organización de las Naciones Unidas, durante los próximos cincuenta años, entre 250 y 1000 millones de personas podrían verse obligadas a trasladarse a otra región de su país o el extranjero, si el calentamiento global no se detiene. La ciencia nos dice que debemos actuar lo antes posible. El umbral en el cual aún es factible hacer algo para no superar los 2º centígrados de aumento y sus resultados catastróficos está cada vez más cerca. Como destacó Barack Obama, “somos la primera generación que siente las consecuencias del cambio climático y la última que puede hacer algo para detenerlo”.

Creo que estamos ante la oportunidad de encaminarnos hacia una nueva era en la que el hombre desarrolle su vida sin contaminar. Estamos ante un proyecto nuevo de civilización. “Cuidar a la Madre Tierra es una cuestión moral. No hay un plan B porque no hay un planeta B”, enfatizó Ban Ki-moon, el máximo representante de la Organización de las Naciones Unidas. Sus palabras recuerdan un cartel fijado en el metro de París: “Plus tard ça sera trop tard”. Más tarde será demasiado tarde.

dm@danielmendonca.com.py

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