La duda de si valdrá la pena ir a votar

Más que lamentar la ausencia de candidatos a presidente con carisma y liderazgo propio para las elecciones del año próximo en nuestro país, se echa de menos la falta de propuestas alternativas que tengan algún contenido político, social o económico concreto.

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Del lado del oficialismo, el planteo manifestado claramente por Santiago Peña, candidato designado por Horacio Cartes, es “continuar con el modelo”. Lo cual podemos entender, según lo visto en estos años de cartismo, significa básicamente impulsar obras de infraestructura financiadas con endeudamiento externo, por vía de los bonos soberanos o préstamos internacionales, cuestión que no parece sostenible en el tiempo.

Asimismo, implicaría seguir insistiendo a los inversores internacionales para que vengan a “usar y abusar” del país. La invitación, evidentemente, no ha tenido hasta ahora el efecto de aumentar el tráfico aéreo en las inmediaciones del aeropuerto Silvio Pettirossi.

A esta altura, está claro que el modelo cartista no propone grandes y ni siquiera medianos cambios a la estructura social y económica del Paraguay. Para el presidente, todo parece consistir en conseguir que se instalen en el país más empresas maquiladoras para que él pueda ir, sacarse la foto en la inauguración y pretender dar la imagen de que se están creando muchos puestos de trabajo, cuando en verdad cifras de la OIT certifican que la tasa de desempleo aumentó en Paraguay el último año del 7,3% al 8,2%.

La contrapropuesta política de la disidencia colorada, liderada por el senador Mario Abdo Benítez, es sobre todo devolver el poder (entiéndase los cargos públicos) a dirigentes políticos de base relegados en la actual administración. De grandes cambios económicos el candidato no habla, lo cual lleva a suponer que, de conseguir acceder a la primera magistratura, no los hará, más allá de que en los ministerios, secretarías y otras instituciones estarán de nuevo los políticos amigos.

La oposición, que por una cuestión de sentido común, debería presentar proyectos distintos e innovadores, impulsados por algunos dirigentes creíbles, parece empeñada solamente en buscar un candidato con carisma, que “mida bien” en las encuestas y que sea del agrado de la mayoría de los dirigentes que lo impulsarán.

Otro sector de la oposición (hay básicamente dos, por si no fuera suficiente la desorientación en que parecen estar), es la encarnada por el sector mayoritario del PLRA, cuya estrategia política, aparentemente, se resume en dejar pasar el tiempo, quedar luego como la alternativa con mayor peso electoral y esperar que toda la ciudadanía disconforme con el oficialismo aplique en el 2018 la lógica del “voto útil”.

Aun si se produjera el milagro de que la oposición se una para las elecciones, sería sencillamente porque lograron ponerse de acuerdo en un candidato que crean que puede ganarle al candidato oficialista, especialmente si es el delfín de Cartes, sobre cuya figura desgastada parecen cabalgar las esperanzas de triunfo.

Hasta ahora, no se escucha que un candidato opositor plantee la necesidad de cambios radicales para el país, referidos a la propiedad de la tierra o a la inversión en salud y educación, por mencionar algunas cuestiones que significarían un cambio que afectará a la gran mayoría de la gente.

Todos los candidatos, del oficialismo y la oposición, parecen coincidir en la conveniencia de no asustar al electorado (al que evidentemente creen conservador) con propuestas revolucionarias o que al menos impliquen cambios reales para el país.

La consecuencia de esta actitud puede ser, finalmente, que buena parte de la ciudadanía pensante crea que al final todo es lo mismo, que todos son más o menos iguales en lo que plantean y que no vale la pena tomarse “la molestia” de ir a votar, cuando llegue el momento.

mcaceres@abc.com.py

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