La inseguridad asegurada

El Paraguay siempre fue un país en donde la inseguridad adquirió cartas de ciudadanía para instalarse entre nosotros. La inseguridad no solo consiste en los ataques de motochorros, caballos locos, peajeros, polibandis y asaltantes de variado tenor.

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En la ciudad de Concepción, mientras se anunciaba que los índices de inseguridad venían bajando, muy cerca de ahí casi alzaron a balazos una radioemisora de un exdiputado. La inseguridad en el Paraguay se manifiesta a través del gran contrabando que sigue tan campante en las fronteras. La inseguridad también se viste de gala a través de lujosos autos robados en Europa y legalizados acá por chauchas y palitos a cargo de un equipo tripartito integrado por despachantes, funcionarios de consulados y aduaneros.

La inseguridad también emerge en los centros hospitalarios. En Coronel Oviedo dializan a pacientes renales con el agua que les llega del río Tebicuarymí. En Villarrica, la inseguridad suele distinguirse por la falta de ambulancia en el hospital regional y, si en una de esas aparece, lo hace sin combustible. Días pasados la crisis de un enfermo mental hizo que se lo atara a un árbol para legitimar la crisis sanitaria que reina en mi ciudad.

La inseguridad también se viste de traje y corbata que usa la manada de jueces y fiscales coimeros que empapan de corrupción al Paraguay. La inseguridad también viaja sobre algunas patrulleras policiales, como ocurrió en el Guairá. Se usan para entregar total seguridad a los que sacan rollos de madera de la reserva manejada del Ybytyruzú, sitio donde precisamente está prohibido deforestar. También la masacre ambiental conferida a la excelente reserva privada Morombí simboliza la coima reservada para los taladores y sus encubridores, quienes son los que fortalecen la inseguridad.

La vergonzosa inseguridad se torna realidad cuando se atropellan inmensas tierras sin presentar los títulos de propiedad como viene ocurriendo en Itapúa. O reventando a cañeros y personales iturbeños cuando una deudora e insolente empresaria azucarera les dijo cínicamente: “vengan dentro de 20 años a cobrar sus haberes”.

Se acercan las elecciones municipales y retumba nuevamente el “trato apu’a”, podrida habilidad criolla que lleva a la tumba al que merece ganar y apuntala la inseguridad que nos conceden los sinvergüenzas. La inseguridad se representa por la mala construcción, el estado caótico y la poca señalización de nuestras rutas. Un engendro vial sobre la Ruta VIII tenemos en Villarrica cuyos proyectistas y ejecutores deben estar en la cárcel.

Las clases dictadas debajo de los árboles dan luz verde a la inseguridad imperante en muchas escuelas. También las aulas universitarias ocupan hoy sitios lujosos y caros, ya que los garajes de automóviles se convirtieron en espacios que impulsan la proliferación de inseguros y mediocres profesionales.

El hacinamiento en las cárceles del Paraguay certifica la inseguridad reinante en ellas, pero asegura la excelente formación de los reclusos. Por la desaparición de un gallo, en la cárcel hacen curso intensivo hasta conseguir la especialización y el masterado para los asaltos comandos y robos calculados con fina y elegante ejecución.

El dinero del IPS se quiere usar para “obras”. Esa plata debe blindarse para dar salud y jubilación a los que aportan. Yo y muchos pagamos para que nos curen y para, cuando ya no tengamos ganas de trabajar, después de 30 años, no nos digan: “eju lunes”.

Es parte de la frondosa inseguridad paraguaya que no ocurre solamente en las calles. Son los hechos que hacen que el cautiverio de Arlan pase ya casi desapercibido.

En Villarrica, además de venderse un parque municipal para un supermercado, se dilapida millones a través de una universidad y ya no tenemos el problema de sobrevivir junto a la total inseguridad. Que se vea el resto, he’i la ijespejo ovende va’ekue...

política@abc.com.py

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