La verdadera cultura de la muerte

SALAMANCA. Como el hecho se conoció en Naciones Unidas y en organizaciones no gubernamentales de otros países, nosotros también convertimos la noticia en el centro de nuestra atención, y el caso de la niña de diez años, embarazada a causa de una violación por parte de su padrastro, lo hemos instalado en el centro del debate. Me corrijo ya de entrada: el foco de atención se ha centrado no en la tragedia que vive esta niña, sino en los principios morales que la gente ha tomado como suyos y busca defender.

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Es cierto que la niña recibe atención médica y los cuidados que son necesarios a un “embarazo de alto riesgo” que los ginecólogos consideran “viable”. No entiendo nada de medicina pero sí de semántica y me suena contradictorio lo de “riesgo” y “viable”. Me llama la atención que nadie, hasta el momento, se haya preguntado qué es lo que realmente le conviene a esta niña. Nadie se ha preguntado qué futuro le espera: cuando cumpla quince años (la edad en que otras apenas se atreven a tomarle de la mano a su “novito” al que comienza a despuntar la barba) ella tendrá un hijo en edad escolar. Y cuando cumpla veinticinco, la edad en que otras comienzan a plantearse si es el momento adecuado o no para casarse, ella tendrá que pedirle a su padrastro que baile el vals con la hija de ambos, ya que además es su abuelo. ¿Se han planteado ustedes, venerables señores de nuestra venerable sociedad, lo monstruoso que hay en toda esta historia?

El arzobispo de Asunción, monseñor Edmundo Valenzuela, en el sermón que pronunció en la Catedral Metropolitana durante el oficio celebrado para conmemorar el Día de la Independencia, se refirió al hecho alertando “la barbarie, deshumanización y cultura de la muerte” a raíz del pronunciamiento de Naciones Unidas a favor del aborto en este caso. Siempre refiriéndose a la posición de Naciones Unidas dijo que “la violación de la soberanía de un país o un Estado puede tener trágicas consecuencias, que debemos y podemos evitar con mutuo respeto y diálogo sincero” y pidió “no ceder jamás ante el chantaje y las presiones políticas”. Luego se manifestó en defensa de la vida humana en todos sus aspectos, ya que “es la mayor riqueza que Dios nos regala”. “Tanto la Iglesia como la sociedad tienen el deber de cuidar sus vidas, en esta época de constantes manipulaciones del lenguaje”.

Lamento desde lo más profundo de mis “no creencias” religiosas que se reaccione de esta manera cuando están en juego las vidas no solo de un feto y de una niña, sino el futuro de dos seres humanos mientras no se ha dicho una sola palabra en contra de esa otra forma de la cultura de la muerte que es el tráfico de drogas que se ha infiltrado en todas las esferas del gobierno. En el caso de la niña, para tranquilidad de los creyentes, hay dos mandamientos: el 5º: No matar, y el 6º: No fornicar. Para tranquilidad de los narcotraficantes no hay ninguno que condene el tráfico y consumo de drogas. Claro que cualquier estudiante de primer curso de teología puede aclararles que su actividad delictiva está incluida en ese quinto mandamiento, aunque nadie defienda, en este caso, el derecho a la vida.

Los legisladores, alegando ser fieles a sus principios morales, “sus de ellos”, porque evidentemente no son los mismos que los míos y de muchísima otra gente que conozco, se niegan a estudiar y elaborar leyes contra la discriminación “porque abre las puertas al matrimonio entre personas del mismo sexo”, ni legislan sobre el aborto “porque defienden el derecho a la vida”. Pero tampoco hacen nada para sancionar a sus miembros sobre los que pesan serias sospechas de estar vinculados a la producción, tráfico y venta de drogas. Y a nuestra sociedad, con mucha hipocresía, le escandaliza más un aborto que esa muerte lenta, prolongada, dramática, del drogadicto al mismo tiempo que la destrucción de su entorno.

Las estadísticas dadas a conocer por una oficina del Gobierno sobre la cantidad de niñas abusadas por hombres mayores, muchas veces por su padrastro y escondido por su propia madre, son escalofriantes. Lo que necesitamos ahora es conocer las estadísticas de muertes ocurridas a causa de abortos hechos con métodos inadecuados y sin las previsiones del caso. Con estos datos en las manos me gustaría saber si seguiremos opinando que Naciones Unidas violó nuestra soberanía.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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