La vieja y eterna Jerusalén

La pelota tatá es difícil de sostener en las manos unos segundos. La Embajada de Paraguay en Jerusalén era una papa hirviendo que Marito devolvió a Tel Aviv. Al instante, el primer ministro Netanyahu ordenó cerrar su sede diplomática en Asunción. ¿Qué pasa con el pueblo elegido de Dios?

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Cuando los judíos, los católicos y las múltiples confesiones cristianas y evangélicas acudimos a los servicios religiosos, siempre escuchamos relatos sobre Israel, el pueblo elegido de Dios, y sobre su capital, la milenaria Jerusalén.

“Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor; ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén”, expresa uno de los cantos más antiguos de los feligreses cristianos. Otra estrofa dice: “Según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor; en ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David”.

Estamos hablando de un pueblo que históricamente ya existía unos 3000 años antes de que Cristo naciera, cuyo rey Salomón construyó el primer templo de Jerusalén unos 900 años a.C.

La historia nos recuerda las vicisitudes, atropellos y holocaustos sufridos por el pueblo judío. Su territorio original, Judea, fue invadido y expropiado por múltiples ejércitos del Medio Oriente y Occidente. El pueblo hebreo fue perseguido, expulsado de sus tierras, esclavizado, liberado y en fecha muy reciente, 1948, pudo recuperar su suelo y soberanía como estado de Israel, con un voto decisivo en la ONU de Paraguay a su favor.

Nadie con mediana cordura y un conocimiento básico de la historia puede negar que Jerusalén siempre fue y sigue siendo la capital histórica, política, cultural y religiosa del pueblo de Israel, sin desconocer que, con siglos de posteridad, palestinos y musulmanes también consideran a dicha ciudad como uno de sus sitios sagrados.

Cuando en estos días Israel anuncia que cerrará su embajada en nuestro país e inmediatamente Palestina comunica que abrirá su representación diplomática en Paraguay, algo está mal, algo importante no cuadra con nuestro pasado, con nuestra cultura y con la religión mayoritaria de nuestra población.

Debido a que Jesús nació en Belén, era de raza judía, predicó la palabra del Señor en el templo de Jerusalén, fue crucificado y resucitó en la Tierra Santa hebrea, nos sentimos muy identificados con el pueblo de Israel, a pesar de los miles de kilómetros de distancia física.

En cambio, la lucha de los palestinos por restaurar su territorio independiente, la vida y el mensaje de Mahoma, las mezquitas sagradas de los musulmanes, etc., están muy lejos de nuestra vivencia cotidiana y de nuestras prioridades como nación.

¿A qué viene esta comparación? A que nos parece absurdo que las autoridades nacionales, especialmente el expresidente Horacio Cartes, hayan creado una situación de conflicto diplomático con el estado de Israel y, de rebote, nos presentemos como más cercanos a la nación Palestina.

Es cierto que no debemos confundir el cristianismo con Israel y que para los judíos Jesús no es el Mesías enviado por Dios, pero esto es mucho más aceptable que volvernos cuates de los fanáticos islamistas.

ilde@abc.com.py

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