Las tardanzas de la justicia

Bajo sospecha de haber pagado a su personal doméstico con dinero del Estado, un embajador español en los países nórdicos, fue llevado ante los tribunales de Madrid. El fiscal pedía, en caso de ser encontrado culpable, catorce años de cárcel. No hay ningún error: catorce años de cárcel. Finalmente fue absuelto, pues no se encontraron pruebas que apoyaran a la acusación.

Cargando...

Si se pudiera trazar un paralelo entre este caso y los que conocemos (no sabemos si habrá varios otros) en nuestro país, estoy seguro de que se tendría que volver a implantar la prisión perpetua que a muchos no les gusta porque dicen que atenta contra los derechos humanos y que todo ciudadano tiene derecho a que se le dé una segunda oportunidad para poder así reinsertarse en la sociedad. A esta altura de los acontecimientos habría que tratar de averiguar si solo los delincuentes tienen “derechos humanos” mientras que los ciudadanos comunes, los de a pie, no los tenemos. ¿Cómo calificar a quien roba el dinero público, es decir, nuestro dinero, para satisfacer sus caprichos particulares? ¿Será, acaso, que aquí no se violan los derechos humanos de otros?

Hace ya muchos años, cuando se estaba rodando la película “Cerro Corá”, un empresario relacionado con su producción me dijo que estaban necesitando alguien que se ocupara de la parte de prensa, alguien que fuera informando a los medios de cómo iba el rodaje y otros detalles, para ir preparando el ambiente para el día de su estreno. Me ofreció el trabajo diciéndome que me pagarían muy bien. Le dije que no podía hacerlo pues estaba ya trabajando en un periódico y que allí me pagaban por el trabajo que hacía. “No te hagas problemas –me dijo–. No te preocupes por el dinero si total no es dinero de nadie. Es dinero del Estado, no más”. La persona que me estaba haciendo esta generosa oferta era diputado de la nación.

Volvamos al tema de los diputados, senadores, jueces, ministros, que están pagando a su servicio doméstico con dinero del Estado, haciéndoles figurar a estos trabajadores en las planillas de diferentes organismos oficiales. Aún más: como el sueldo que perciben es muy alto, los patrones se quedan con una buena parte y le entregan al empleado nada más que una pequeña parte de eso que no es otra cosa más que un robo descarado a dos puntas: le roba al Estado y le roba al trabajador.

¿Qué vemos en compensación? Nada. Sencillamente nada. Los culpables recurren a las artimañas más sucias y rebuscadas para burlar su comparecencia ante el juez. Y si la justicia se pone pesada, utilizan toda su influencia para destituir a fiscales y jueces llevándolos ante el Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados por causas que no terminamos nunca de comprender.

Debido a ese robo inmisericorde hemos llegado a un punto en el que muchas instituciones, entre ellas la educación pública y la salud pública, afrontan carestías alarmantes. Tenemos hospitales en los que, por falta de camas, los pacientes se mueren tirados en el suelo, o deben dormir en la camilla de la ambulancia a la espera de que se muera alguien para que deje la cama libre y pueda ser utilizada por otro enfermo. Me pregunto si esta situación tiene que ver o no con los derechos humanos de los demás, con nuestros derechos humanos, mientras los culpables no pueden ir a la cárcel de por vida porque no podemos violar los suyos. Y tenemos que darle una segunda oportunidad de reinsertarse en la sociedad; esta misma sociedad a la que esquilmaron sin misericordia.

Leí días atrás que se realizó un congreso bajo el título de “Paraguay hacia el primer mundo” o cosa parecida. Uno de los organizadores explicó a la prensa que tenemos todas las condiciones para convertirnos en un país del primer mundo. Creo que esto pueden lograrlo todos los países del planeta siempre y cuando se den ciertas condiciones. Pero dudo mucho que nuestro país pueda llegar a serlo tal como se presentan las cosas en la actualidad: una educación de un nivel atroz, una justicia africanizada, una salud pública ausente en la mayor parte del territorio nacional, una clase gobernante corrompida hasta la médula, un Estado ausente no solo en rincones lejanos del país sino incluso en barrios periféricos de la capital y una falta de compromiso con la legalidad. Quien piense que estamos avanzando es porque está mirando con el largavista por la parte de atrás.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

Enlance copiado
Content ...
Cargando ...