Las uñitas de N

Hace cinco días llegaba al hospital regional de Ciudad del Este el pequeño N, un bebé de apenas un año y cuatro meses. Víctima de torturas, tenía las piernas fracturadas, lesiones graves, quemaduras de cigarrillo en el cuerpo y las uñitas desgarradas. Todas las miradas de sospecha y reproche se dirigieron hacia la madre y hacia el padrastro. Ella, una menor de edad de 17 años y él, un ciudadano de origen libanés de nombre Alí Fouani, a quien, según los primeros reportes, lo habían detenido cuando intentaba huir, supuestamente al Brasil.

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Es imposible no conmoverse al ver las imágenes en las que el pequeño permanece estoico, como un héroe con superpoderes sobrelleva el dolor sin demasiado llanto ni quejas. Cuando pasa la conmoción caemos en la cuenta de lo indefensas que son las criaturas frente a los criminales que se aprovechan de su inocencia y de su indefensión para arremeter contra la pequeña humanidad de alguien que no tiene más culpa que el existir.

En una sociedad que ha normalizado la violencia intrafamiliar porque “así nomás luego es el problema de pareja”, y cuyas autoridades dan la espalda a las denuncias minimizándolas por “tratarse de un ámbito privado”, el pequeño N paga las consecuencias de lo mal que funcionan los mecanismos del Estado para la defensa de los menores de edad.

Teniendo como antecedente la mala fama que le precede a las autoridades de la frontera, no es descabellado pensar que en una primera instancia Fouani haya sido detenido y luego liberado tras el pago de alguna coima para ganarse el lado brasileño del Puente de la Amistad o huir hacia el sur del país, donde se presume pudo haberse escondido.

Supimos, por declaraciones de la madre, que N era fetiche de tortura del libanés, quien aumentaba la intensidad de la tortura al bebé cuando su madre reclamaba que se detuviera. A tal punto llegó de desgarrarle las uñas con sus dientes y romperle los frágiles huesitos de las piernas. Las redes estallaron de indignación calificando a la chica de la peor basura de la humanidad y le reprochaba su incapacidad de denunciarlo y defender a su crío. El padre biológico de la criatura solicita ahora la custodia, dudo que pudiese darle un buen cuidado cuando él mismo había declarado que nada sabía de su hijo hacía meses, abonando la teoría de que la mamá de N era una “mala madre”.

Para quienes vemos de afuera es fácil juzgar a la chica, una menor de edad violentada ya al ser madre tan joven y a quien el Estado no ofreció las garantías suficientes para evitar la segunda instancia de victimización. N y su joven madre son víctimas de lo que en sicología se conoce como “círculo de la violencia”, una estructura muy difícil de romper cuando el daño ocasionado a nivel sicológico es devastador. Hoy, el Estado es responsable del bienestar de N y de que el culpable de la tortura pague con la cárcel.

mescurra@abc.com.py

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