Latinoamérica en su hora decisiva

Venezuela es un país en ruinas y Argentina está a punto de derrumbarse. En América Latina todavía hay sentimientos de guerra y reivindicaciones ya dejadas de lado por gran parte de la comunidad internacional. Los latinoamericanos sortean gobiernos populistas, proyectos estatales obsoletos y deuda pública. Aguantan corrupción excesiva y un sistema educativo que todavía produce analfabetos funcionales y acríticos.

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Hay un colapso de las instituciones y un descrédito a la clase política, pero a la par de un control poblacional digno de cualquier religión monoteísta. Los poderes económico y político se unen para pisotear a los habitantes y mantenerlos felices en indignas condiciones de vida. Los derechos humanos están ausentes cuando gobiernan la sin razón y la arbitrariedad.

Es cierto que algunos países están empujando el carro hacia adelante. Invierten mucho dinero en las universidades para que estas produzcan conocimiento. Saben que la economía no es arte y que debe ser entendida y aplicada a la sociedad. Hay pocos visionarios que se esfuerzan por demostrar en la región qué tan lejos estamos del desarrollo o por lo menos de intentar una solución más racional a los problemas que afectan al hemisferio.

Latinoamérica se casó con el pasado y la sumisión. Se postergó. Y ahora debe construir países del siglo XXI con mentalidades del siglo XIX. Debe volcarse a la era de la información y el conocimiento de manera revolucionaria y hasta violenta porque a lo largo de la historia, sus líderes no entendieron que había que apostar por la emancipación total y no solo política del colonialismo y la bestialidad vestida de oro.

La crisis venezolana y la debacle argentina son dos síntomas de una misma enfermedad: la esquizofrenia política. Intelectuales, artistas y líderes tratan de negar lo que pasa en estos países. Tejen relatos sacados de novelas de terror y pintan realidades nunca antes vistas. En sus discursos irradian demencia con ropaje de justicia social y enfrentamiento a enemigos más poderosos. Difunden pánico y horror, pero lo llaman justicia.

Y aquí no se trata de una lucha ideológica banal o infantil. Estamos hablando de millones de personas que sufren de inseguridad, hambre e injusticia. Se trata de seres humanos que están amenazados por las ansias de poder desmedidas de los gobernantes. Se sufre de histeria colectiva, pero nadie quiere alzar sobre sus hombros el precio de la libertad. Estamos amenazados por el silencio, quizás, pero más por las armas y la ley de los corruptos y autócratas.

La democracia latinoamericana ha servido en estas últimas dos décadas como soporte de la tiranía trasvestida, de la injusticia alocada y de la postergación ya conocida. Ha permitido el auge del populismo y de la frustración política. Ha permitido la crisis de identidad y ha impuesto un modelo peligroso para las generaciones futuras. Este sistema ya no sirve. Ni las prohibiciones ni el dirigismo han desarrollado a América Latina.

¿Qué hacer en medio de tanta podredumbre? ¿Cómo enfrentar la visión esclavista que tienen los demócratas de la región? Una de las principales armas nos da el propio siglo: las tecnologías de la información y comunicación. Hoy es impensable pensar una sociedad sin ellas. Es una necesidad impostergable. La comunicación fluida y la interactuación entre los protagonistas da al menos un respiro al presente. Se necesitan de nuevos liderazgos y mayor compromiso con la causa de la libertad.

Las denuncias de las barbaridades cometidas, no solo por el chavismo o el kirchnerismo, es un paso al respiro generacional. Se precisan de alternativas políticas viables y lógicas. Se necesita también de una desobediencia civil sana y combativa, que no se acobarde por las acciones de los que tienen el poder. Latinoamérica entra en una etapa de definiciones y colocarse al costado del tiempo le traerá más problemas que soluciones.

equintana@abc.com.py

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