Los buenos y malos ladrones

Si hay algo que me cuesta diferenciar o distinguir es un ladrón bueno de otro amigo de lo ajeno que tiene el mote de mal ladrón. La única institución que tiene la capacidad de desigualar es la Iglesia Católica y, sobre todo, en estos días santos, en que la perrada, amén de chupar y comer desbocadamente, algunos viven recordando a los ladrones, uno bueno y el otro malo. La discriminación religiosa viene desde que crucificaron a ambos y con Jesús instalado en el medio de ellos.

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Jesús lidió una batalla y perdió frente a Barrabás, quien era un luchador social hastiado de pagar impuestos a los romanos en tierras que no eran del emperador, ni de Pilato ni de los romanos. Barrabás tenía –guardando la distancia– a su favor la barra del Olimpia, enriquecida de revólveres, y a la barra del Cerro Porteño enarbolando banderas y cuchillos. Además, se plegaron a favor de Barrabás los hurreros para aplastar por aclamación a los pocos seguidores de Jesús.

El sesudo juicio oral, preparado dicen por la justicia divina, terminó con la sentencia de muerte para Jesús y la libertad para Barrabás. De haberse librado ese oficio jurídico en el Paraguay, el resultado hubiese sido el calco de lo que ocurrió en el año 33 d.C. en Jerusalén. Se hubiera usado el derecho todo torcido que entienden muchos jueces y fiscales que dicen entender e interpretar todas las leyes del Paraguay.

Lo que entiende la Iglesia Católica es que el mal ladrón se arrepintió por haberse manejado como tal en la vida, mientras que el otro, el mal ladrón, no dijo ni mu y, con cara de ladrón paraguayo, parecía arrepentirse de no haber robado mucho más. El penitente pasó a transformarse en buen ladrón, y el no arrepentido se convirtió en mal ladrón de muy mala reputación. Parece que el ladrón suplicante fue convertido después en santo (San Dimas) por la Iglesia y no recuerdo en qué terminó el mal ladrón.

Entiendo que todo ladrón debe ser calificado como tal. Ya no sabemos si el buen ladrón es aquel que sabe robar sin que nadie se de cuenta o si, de tan bueno que es, roba solamente una pequeña parte del botín o es tan bueno que ni rastros deja del dinero robado. ¿Y el mal ladrón? ¿un principiante que no maneja la técnica para hacerse el mago ante las finanzas y los presupuestos estatales que nadie controla?

El mal ladrón es el inquilino que siempre se encuentra poblando las cárceles paraguayas. La gallina suele ser una buena representación del motivo de su agilizado juzgamiento y encarcelamiento. El buen ladrón vive muy bien en el Paraguay. La aduana y su caterva de sinvergüenzas simplifican el ejemplo. Los entes recaudadores les pisan los talones y los grandes presupuestos se achican ante la enorme corrupción que corroe al Paraguay.

Si los ladrones que pululan en este país tuvieran que arrepentirse de sus delictivas posturas, contaríamos con un mar de nominaciones y pedidos de santos. Las aureolas beatas circularían por la cabeza de los que dicen ser perseguidos políticos, por la testa de los directores de entes y de muchos parlamentarios, gobernadores, intendentes municipales, entre otros malos y buenos ladrones.

Los buenos y los malos ladrones de este país intimidan a la prensa, dan oscuridad sobrefacturada por la energía eléctrica, se autoblindan, son escuchados en audios por ABC Cardinal; los que se tiran con sapos y culebras para abrazarse después, los que compran y venden los votos, los malos que buscan el rekutu y los que generan la gran corrupción, la mediocridad escolar y la pobreza del Paraguay.

Lo bueno de la Semana Santa es la resurrección de Jesús, pero lo feo es que los malos y buenos ladrones nunca mueren en el Paraguay...

caio.scavone@abc.com.py

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