Los “intérpretes” de la religión

Las ideas son poderosas. Transforman las sociedades, las amoldan y a veces se perpetúan. Sobre todo, si están mezcladas a un alto contenido de creencias sobrenaturales. No es de extrañarnos que las religiones tradicionales, especialmente las monoteístas sigan teniendo a más de la mitad de la población mundial en sus filas. Obviamente, a lo largo de la historia, todas tuvieron su protagonismo, en mayor o menor medida, en gran parte del globo. Algunas pretenden hacernos creer que son teologías de paz, cuando en realidad proponen a un dictador celestial celoso y controlador, que no desea competencia y que a veces se divierte con las tragedias humanas. Otros pintan a sus deidades como dadores de libertad y amor, pero a continuación amenazan a los incrédulos con una eternidad de sufrimiento, lamentaciones y fuego.

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El punto es que en las últimas semanas, políticos, religiosos, líderes sociales e intelectuales están tratando de pintar a la religión como alternativa a un mundo caótico y como víctima de fundamentalismos y malas interpretaciones. Descalifican las críticas denominándolas “malas generalizaciones”. Se ha dicho que el islam no tuvo nada que ver con los atentados de París, la misma versión que corrió luego del ataque a Estados Unidos en el 2001. Se ve al Corán como un texto sagrado digno de imitar, al igual que a la Biblia, e indicando que las acciones de los extremistas no tienen ninguna relación con las enseñanzas de Jesús ni de Mahoma o de cualquier otra figura mística. Se rechaza vincular a las creencias irracionales con la violencia y se trata de neutralizar las opiniones en contra. Se trata de olvidar la historia, e incluso de taparla, diciendo que, como son empresas humanas, la teología no tuvo la culpa ni de la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, ni de prohibir libros de científicos y filósofos ni de quemar o ahorcar mujeres acusadas de brujas.

Lo cierto es que los hechos pesan mucho más que las interpretaciones políticas. Los estragos causados por todas las religiones a lo largo de la historia borran todos los intentos de reconciliar este mundo con las alternativas espirituales que ofrecen a los creyentes. Y, hoy, en el siglo XXI, la religión sigue siendo un grave problema. Interpretando su libro sagrado, unos musulmanes atacaron Nueva York y Washington masacrando a alrededor de 3.000 personas; de la misma forma, los talibanes paquistaníes queman y destruyen escuelas porque las mujeres no deben estudiar o los fundamentalistas somalíes golpean niños por jugar fútbol.

La interpretación que tienen los sauditas con las mujeres también es religiosa y oscurantista. En Arabia Saudita las mujeres no tienen derecho a conducir vehículos ni pueden salir de sus casas sin la compañía de un hombre; en Irán los musulmanes que intentan ser cristianos son castigados con penas de muerte y las chicas acusadas de adulterio pueden terminar lapidadas. En Birmania ser musulmán puede traer como consecuencia persecución o asesinatos en manos de la población budista, mayoritaria en el país.

La interpretación que tienen los fundadores del Estado Islámico con respecto a los homosexuales es que hay que matarlos porque representan abominación o que mujeres de otras religiones pueden convertirse en esclavas sexuales. Los intérpretes del corán de Boko Haram suponen que quemar nigerianos que no sean musulmanes es correcto o que hay que secuestrar niñas para luego venderlas.

Pero todavía nos siguen diciendo que el islam es una religión tolerante, respetuosa de los derechos humanos y que dignifica a la mujer. Es el cuento que utilizan los comunistas cuando dicen que “el comunismo genocida y salvaje de la Unión Soviética no tiene nada que ver con el comunismo”. Lo mismo pasa con el islam. Ninguna religión nació para unir a los hombres, sino para someterlos con violencia, y gracias a la ignorancia. Es momento de liberarnos y de dejar a un lado las interpretaciones.

Los hechos pesan mucho más.

equintana@abc.com.py

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