Los jardines del Vaticano

SALAMANCA. Estuve buscando en el diccionario, sin poder encontrar, una palabra que definiera con precisión la actitud de una persona que viaja hasta el Vaticano y se arrodilla frente al Papa, le trae de regalo dos árboles nativos de su país, dos lapachos, que él mismo, con sus manos, los planta en los jardines del centro del catolicismo. En ese mismo momento, en el hemisferio sur, en Sudamérica, las máquinas rugen arrancando dos millones de árboles de las propiedades de este mismo señor. Muy bien podría ser el argumento apropiado para un cuento de “Las mil y una noches” o un relato de Jorge Luis Borges. El primero ya completó su índice y el segundo está muerto. Pero los árboles arrancados en un sitio florecen en un punto opuesto del globo terráqueo.

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La historia no termina aquí, pues quienes integraron el séquito del protagonista de este relato regresaron hechos unas pascuas asegurando que el Pontífice quedó maravillado por la obra que desplegaba en su país este pequeño gran hombre y lo felicitó en repetidas oportunidades alentándole a que siguiera adelante. ¿Cómo terminará esta historia? No es posible saberlo porque “Las mil y una noches” está ya terminado y Borges descansa en la tumba soñada en un cementerio de Suiza.

Todo está interconectado en este mundo, por eso no es extraño que recuerde una escena de la película “El desprecio” (Jean-Luc Godard, 1963) en la que un productor cinematográfico norteamericano le dice a un amigo: “Aseguran que Goebbels decía que cada vez que escuchaba hablar de cultura sacaba el revólver. Yo no hago eso. Yo saco la chequera”. Y su interlocutor le responde: “Que es lo mismo”. O quizá peor. Stroessner, cuando se enfrentaba con alguien que no pensaba como él sacaba la picana eléctrica. Nuestro actual presidente saca la chequera que, sin duda alguna, es mucho peor. Porque la picana desgarra el cuerpo del preso pero deja incólume su dignidad. Y hasta la refuerza. La chequera no desgarra las carnes pero sí aniquila la honra, la decencia, la nobleza, la honorabilidad.

En toda mi vida –y ya llevo una buena cantidad de años vividos– nunca he visto tanta ignominia en nuestro país ni la forma en que la clase gobernante haya pisoteado todo aquello que pueda ser considerado decoro, decencia, orgullo, amor propio. Todos viven pendientes de poner en el mercado de antivalores el precio de su honorabilidad. Uno de los últimos ejemplos lo dio el ministro de Salud que intentó una vergonzosa defensa del tabaquismo para satisfacer los intereses de su patrón, el propio Presidente de la República, dueño de una de las más grandes –si no la más– tabacaleras de todo el país, que “exporta” sus productos al mundo entero. Aludiendo a los efectos del tabaquismo dijo muy cínicamente: “No es para tanto”. Si no será para tanto que no hay país en la actualidad que no destine miles de millones, de la moneda que sea, para luchar contra el consumo del tabaco a causa de sus consecuencias letales. Incluso, en casi todo el mundo se ha prohibido hacer publicidad de cigarrillos por ningún medio. Pero claro que en Paraguay las cosas son distintas: tomar agua después de comer sandía, mata; fumar no.

Este es el país que se está construyendo, con una clase dirigente que chapotea feliz en el lodazal de la abyección, en el deshonor, la infamia, la ignominia, el oprobio, la ruindad y el servilismo. Lejos de avergonzarse por ello, se lucen radiantes cuando hay que posar para la fotografía que se publicará al día siguiente en los periódicos o las notas que aparecerán por televisión en los telediarios de la noche.

Se muestran tan seguros porque saben que “tienen la sartén por el mango y el mango también” como cantaba María Elena Walsh en aquellas canciones disfrazadas de rondas infantiles, pero que daban en la diana sin desviarse un milímetro.

Tenemos nada más que dos opciones: o ponernos las pilas y empezar a empujar para tirar al suelo este castillo construido con base en la indecencia y la mezquindad, o bien bajar la cabeza para marchar hacia un Estado fallido como los muchos que se han dado en Centroamérica y en África. Entonces le pediremos a alguna agencia de turismo que haga buenos descuentos para los presidentes que quieran ir a plantar árboles en los jardines del Vaticano.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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