Mala praxis

Con respecto al comentado caso de dos médicas imputadas y condenadas a prisión en Ciudad del Este: como médico, me ha tocado a lo largo de más de 40 años de ejercer la profesión, conocer a un sinnúmero de colegas y casos para aplaudir y rendir honores, pero lastimosamente, recordando que seguimos siendo humanos, también me ha tocado conocer otros no tan alentadores.

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En los que la desatención, la falta de buena preparación, los accidentes e imponderables, la irresponsabilidad, la falta de ética y cuantas denominaciones quiéranse dar terminan por hacer más daño al paciente que busca una solución a su problema de salud, incluso algunos irreparables o fatales.

No debemos ocultar y menos negar y dejar impunes a los responsables de estas lamentables situaciones.

No debemos dejarnos llevar solamente por el espíritu de cuerpo cuando en realidad sabemos que hubo negligencia, como tampoco debemos permitir irregularidades en el juzgamiento y acompañar y defender a capa y espada a los colegas que son inocentes, pero víctimas del perverso sistema.

Pero aquí quiero referirme, no para justificar la ocurrencia de estos hechos, sino para llamar la atención sobre una de las aristas que también debe ser considerada para beneficio de todos.

Lo que a continuación les relato, tiene partes de un artículo publicado hace años, en un periódico denominado “El Cronista”, donde un abogado hace referencias al tema.

“Ha tomado estado público la pesadilla que causa desvelos, cuando no infartos, a muchos miembros de la comunidad médica. Los juicios por mal praxis se han convertido en un provechoso recurso de subsistencia para muchos abogados ávidos de litigio, conocedores de las falencias del sistema”.

Muchos de los profesionales de sanatorios, hospitales y sistemas prepagos de atención médica trabajan donde y como pueden. Su responsabilidad social hace funcionar las instituciones y su irresponsabilidad personal los lleva a exponerse más de la cuenta. El día en que ellos, verdaderos médicos por vocación, dejen de pensar tanto en el paciente, en su capacitación profesional a cualquier costo, en las instituciones para las que trabajan, y tomen conciencia de lo mucho que arriesgan en cada acto médico, ese día la atención del país se paralizará. Porque solo un demente, alguien que ha perdido la facultad de discernir entre la bondad y la estupidez, puede aceptar la responsabilidad de barajar una vida humana cuando un sistema perverso y carente en todo sentido no le brinda las condiciones, seguridad y tranquilidad necesarias para trabajar como corresponde.

Porque el médico que asume la responsabilidad en un acto quirúrgico, que se somete al estrés de desplegar su arte sobre un paciente dormido, que asume la lucha contra la enfermedad ajena, que desafía a la muerte sabiendo que no siempre triunfará y que acepta hacerlo en las precarias condiciones de muchas instituciones y por la vergonzosa remuneración que el sistema le asigna; ese médico no es bueno, es ¡estúpido! Es alguien que consume toda su inteligencia en el cadalso de su ofrenda personal hacia un prójimo que muchas veces no le reconoce el esfuerzo. Este suicida altruista figura en todas las cartillas de los sistemas prepagos de atención médica. Trabaja en los hospitales nacionales públicos, privados o municipales, superado por un aluvión de pacientes que envejecen haciendo colas y reciben atención francamente deficitaria.

Deambula por clínicas y sanatorios juntando monedas para poder subsistir. Este médico, suicida por vocación, inteligente para el prójimo y descerebrado para sí mismo, bueno y estúpido a la vez, responsable ante la sociedad e irresponsable ante su familia, es la carne de cañón, el centro del blanco de la industria de la mal praxis. Todo abogado sabe que en este sistema perverso, tan carente de recursos, tan manoseado por inescrupulosos enriquecidos a costa de la salud, el médico es el hilo fino más fácil de cortar, el candidato ideal para exprimir, el ingenuo más liviano de sacudir para rescatar las monedas que llevan en los bolsillos.

Lo que pocos se han puesto a pensar es que, en definitiva, este ensañamiento, que no discrimina a los médicos entre idóneos e incapaces, entre buenos y malos, decentes y envilecidos comerciantes, es fundamentalmente perjudicial para el paciente. La comunidad toda empieza a sufrir las consecuencias cuando el médico capacitado, con experiencia, con reconocido prestigio entre sus colegas, empieza a “esquivar” la patología difícil, esa donde arriesga todo y gana poco.

El médico que cuida sus espaldas –obviamente– discrimina por necesidad. La comunidad toda sufre esta realidad, al verse privada de la idoneidad y la experiencia de sus mejores médicos. Porque los mejores, son también los más inteligentes, rápidamente ven la necesidad de dar un paso al costado para no exponerse.

Porque si un cirujano tiene que afrontar un juicio por mal praxis, la demanda supera en miles de veces la remuneración de su trabajo.

El auge de este tipo de juicios no es culpa de los abogados. Ellos, que son muchos y también deben subsistir, han visto las falencias del sistema que colocan al médico en la primera línea de fuego.

Todos y cada uno debemos ser responsables de nuestros actos. Los errores deben ser asumidos y la impunidad desterrada. Estos grandes objetivos no pueden tener vigencia unilateral. La vida del paciente vale tanto como la del médico.

Creo que todavía y por mucho tiempo, nos seguirán diciendo, “estúpidos, descerebrados y suicidas”, pero el transformar en sonrisas el llanto de un niño, el recibir un “muchas gracias doctor” como paga y el estar tranquilo cada uno con su conciencia por el deber y el juramento cumplidos, bien vale la pena que así nos sigan llamando.

Por el bien de todos, mejoremos la capacitación de nuestros profesionales, démosles las condiciones para su seguro actuar y preocupémonos que la legislación proteja tanto al paciente como al médico.

Debemos luchar por el sistema de atención a los pacientes, pero cuando el sistema se contrapone, debemos luchar por los pacientes.

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