Morir de hambre hoy

Ya eran las 9:00 de la mañana cuando la joven madre llegó al hospital regional de salud con un bebé en sus brazos. Estaba desconcertada, triste, casi ausente, no sabiendo qué hacer con el bebé inerte en sus manos. Los médicos no tuvieron mucho trabajo: el pequeño Thiago de Jesús ya llevaba cuatro horas de su vuelta al más allá. Causa del deceso: desnutrición severa. Literalmente, el chico se murió de hambre.

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La madre, de 20 años, no pudo llenar un simple formulario con los antecedentes del bebé fallecido porque no sabía escribir. Llegaron los agentes fiscales y ella no pudo identificarse debidamente porque no tenía cédula de identidad. Legalmente, no existía. Cuando le preguntaron quién cuidaba a su hijo, balbuceó unas palabras que parecían decir “su abuela”. Romina Soledad, que así se llama la infortunada madre, tampoco pudo informar cuándo fue la última vez que su hijo tomó la leche o se alimentó de alguna forma.

Esto no es una novela de terror ni un documental tenebroso de algún paupérrimo país asiático. Ocurrió aquí, entre nosotros, hoy, en este Paraguay del año 2016. No sucedió en una remota compañía del norte chaqueño, en una localidad aislada, muy lejos de cualquier centro urbano. Pasó aquí nomás, en Luque, a pocos minutos del centro de salud y de varios sanatorios privados. El bebé solo tenía dos meses, pero su madre y su abuela se olvidaron de alimentarlo y, en medio de un hambre atroz, la naturaleza se apiadó de él y puso fin a su corta y sufrida existencia.

Hace años que nuestro país ocupa uno de los primeros lugares en el continente en cuanto a cantidad de niños subalimentados. Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), 15 de cada 100 pequeños menores de cinco años sufren desnutrición crónica y, si tomamos únicamente a los chicos indígenas, la cifra llega a 45%. De cada 10 mujeres embarazadas, 3 presentan bajo peso corporal y corren el riesgo de dar a luz a recién nacidos con peso deficiente y con alta probabilidad de enfermarse y morir en el período neonatal.

Las autoridades del Instituto Nacional de Alimentación y Nutrición (INAN) afirman que son conscientes de esta lamentable situación y llevan adelante un programa de asistencia nutricional a las familias más carenciadas. Sin subestimar dicho esfuerzo, es evidente que el problema es tan grave y generalizado que supera sus posibilidades, como algunos cubos de agua no pueden convertir al desierto en tierra fértil.

No en balde todos los políticos hablan de priorizar la salud y la educación en sus campañas proselitistas cuando buscan captar votos. Pero el discurso es una cosa y la realidad, otra, bastante diferente. No existe ningún futuro mejor si la desnutrición infantil sigue llevando angelitos al cielo. Todos los proyectos y planes estratégicos son pura basura si 15 de cada 100 niños menores de 5 años mueren de hambre hoy, aquí, entre nosotros.

La salud incluso está antes que la educación porque la escuela y el maestro no sirven para nada si el alumno por educar ya se murió o agoniza en casa por desnutrición.

ilde@abc.com.py

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