¿No menos que toda la razón?

Si algo aprendí en mi época de estudiante de filosofía es que cualquier ser humano que pretenda tener toda la razón es muy poco razonable y, con mucha frecuencia, tan intolerante con los errores ajenos como condescendiente con los propios; pero en el Paraguay actual nadie se conforma con menos que absolutamente toda la razón.

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El efecto inmediato de que demasiada gente pretenda ser dueña de la verdad es que todo el mundo se radicaliza hasta extremos de fanatismo y, en consecuencia, desaparecen las opciones de diálogo y las posibilidades de negociación sobre las que se asienta no solamente el sistema democrático, sino también el buen funcionamiento de cualquier sociedad humana.

Por poner un ejemplo cercano, reciente y muy comentado en nuestro medio, es el caso del senador Paraguayo Cubas, para el que todo el que no está cien por ciento de acuerdo con él se convierte en un enemigo, con el resultado de que no puede tener aliados ni siquiera entre aquellos que sienten simpatía por sus, más o menos teatrales, estallidos de furia.

Como dije, se trata solo de un ejemplo llamativo por lo extravagante y desmedido, pero es sorprendentemente generalizada la actitud de descalificar y declarar enemigo a cuantos no aplauden hasta lo más insignificante o lo más tonto de lo que pensamos, aunque con menos “lataparara” del que utiliza sistemáticamente el senador Cubas.

Hay un segundo efecto, no menos dañino, para el buen desempeño social: ¿Cómo se hace para llegar a la solución de un conflicto en que ambas partes están absolutamente convencidas de tener absolutamente toda la razón y de que el “otro” no tiene ideas o intereses distintos y respetables, sino que es poco más o menos que el “demonio encarnado”?

¿Es necesario otro ejemplo cercano? Miren los internismos de los partidos políticos tradicionales. De un tiempo a esta parte aquella desdichada y sectaria máxima “el mejor amigo de un colorado es otro colorado” parece haberse dado vuelta; ahora podría decirse: “el peor enemigo de un colorado es otro colorado y el peor enemigo de un liberal es otro liberal”, que es igualmente sectaria y no menos desdichada; pero con el agravante de que la frase original era mentira y la actual está muy cerca de convertirse en verdadera.

El objetivo de estas líneas no es en realidad criticar a este o aquel legislador, a este o aquel partido político, sino llamar a la autocrítica y la moderación, porque esa radical división del mundo en “los buenos” y “los malos”, sin medida ni matices, está haciendo mucho daño no solo a nuestra política, sino también al comportamiento cotidiano de la sociedad en su conjunto.

Ya estaba escribiendo estas líneas cuando se produjo un hecho bien significativo de los daños que tal fenómeno está causando en nuestra sociedad: un accidente insignificante se convirtió en un atentado homicida, cuando una mujer, después de haber chocado levemente otro auto, atropelló y arrastró por una cuadra a la otra conductora que se había bajado del auto para reclamarle.

Probablemente la señora ni siquiera se siente culpable de sus actos, porque quien cree que tiene toda la razón no puede hacerse cargo de sus errores. Es por eso que el chocador atropella al chocado, el ladrón culpa al robado, el político o funcionario al que se le descubrió un faltante de dinero millonario no se siente culpable, sino “víctima de una persecución política” … Nadie se hace cargo de las consecuencias de sus actos.

Así se está instalando en nuestro tejido social un ambiente de intolerancia y violencia totalmente desproporcionado, porque dos personas, dos sectores de intereses encontrados, dos grupos políticos, dos ideologías que reclaman para sí toda la razón, el cien por ciento de la verdad absoluta e indiscutible, nada quieren escuchar y nada pueden negociar con el otro, como cualquier fanático solo pueden ir a la guerra.

rolandoniella@abc.com.py

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