Paraguay SA, sin ideologías

Para facilitar la comprensión acerca del modelo de país que Horacio Cartes concibe, hace algunos días dio algunas claves interesantes, no por novedosas en cuanto a revelaciones inesperadas sino por lo explícito de su pensamiento: “el país es como una gran empresa, donde el gran producto es la gente”, “para este presidente se acabaron las ideologías, hoy ya no interesa la izquierda o la derecha, hay que trabajar”.

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Cartes dijo directamente algo que se sabía: sigue siendo y actuando como un empresario, no como estadista, aunque lo hayan elegido Presidente el año pasado.

Si la gente es el gran “producto”, ¿qué pasa con los productos que no son vendibles? ¿Se desechan y a otra cosa? En tren de hacer analogías: ¿los ministros vendrían a ser gerentes de esta gran empresa, Paraguay Sociedad Anónima, de la cual el Presidente se ve como dueño?

Eso de que se acabaron las ideologías evidentemente no obedece a la repentina lectura por parte del presidente de Daniel Bell, Francis Fukuyama o algún otro teórico de las ciencias políticas. Hay que recordar que su amigo Calé Galaverna contaba que Horacio no lee nada, ni siquiera los diarios.

A él no le importan las ideologías (excepto la suya, seguramente). Hay que trabajar, dijo. Le faltó agregar que no deberían existir sindicatos (que, de hecho, en sus empresas particulares no hay). Nada de esas molestas organizaciones. No. A trabajar y hacer productos exitosos y dinero.

Habría que preguntarles a los teóricos de la Asociación Nacional Republicana (en el supuesto de que actualmente quede alguno) qué piensan acerca de este Presidente, que gobierna en nombre de su partido y reniega de cualquier tipo de ideología.

En realidad, este “sincericidio” solamente confirma que, para Cartes, el Partido Colorado fue y es un cascarón vacío, una poderosa maquinaria electoral que le sirvió para llegar al poder y gobernar luego “sin ideologías”, incluyendo entre los desechables al ideario de la ANR. Tal vez le hubiera venido igual el PLRA u otro partido que le hubiese ofrecido la oportunidad, dependiendo de la coyuntura. De hecho, el mismo Cartes contó que antes de dedicarse a la política partidaria no tenía problemas en ayudar a los “amigos” de distintos partidos. Resulta difícil creer que la dirigencia colorada que “prestó” el partido a alguien que tenía estos conceptos no era consciente de lo que hacía. Lo hicieron a sabiendas. El porqué es algo que ellos mismos deben responder.

Pero, ¿qué dirían, si resucitaran, esos prohombres del coloradismo: Juan E. O’Leary, Ignacio A. Pane, Natalicio González, Epifanio Méndez Fleitas y tantos otros, ante este innovador teórico surgido de las entrañas de una tabacalera? ¿Se estarán revolviendo en sus tumbas?

Por lo que se percibe en las pocas veces que habla, el país que Cartes sueña es uno en el cual no solamente no hay ideología, sino tampoco manifestaciones, campesinos o Congreso. A lo sumo, sindicalistas y parlamentarios amigos, que solo piensen en “trabajar por el país”. Una “democracia” al estilo de la dictadura pasada, sin “contreras”, donde todos sean cartistas.

En algún sentido puede decirse que la ciudadanía paraguaya actual es un “producto”, pero de todas las experiencias políticas y sociales vividas en las últimas décadas. Si bien las nuevas generaciones no conocieron la dictadura, difícilmente acepten con docilidad imposiciones o injusticias.

El diccionario define a la palabra “ideología” como “conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político”. Si Cartes prescinde de esos principios para gobernar, quiere decir que está más perdido de lo que cualquiera imaginaba.

mcaceres@abc.com.py

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