Parlamentarios sin voz

Según el diccionario de la Real Academia Española, parlamentar significa “entablar conversaciones con la parte contraria para intentar ajustar la paz, una rendición, un contrato o para zanjar cualquier diferencia”. Por tanto, ser parlamentario significa ineludiblemente dialogar con quienes no comparten la misma opinión. Pero, ¿qué pasa si hay una práctica que impide que los legisladores hablen al inicio de una sesión en el Congreso? ¿Los diputados ahora ya no tienen voz para opinar sobre nada que esté fuera del orden del día? ¿Será cierto que “así empiezan las dictaduras”?

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Tal vez haya sido una cuestión coyuntural por la cercanía de los comicios internos en todos los partidos y los políticos de la Cámara Baja estaban muy escasos de tiempo por sus múltiples actividades proselitistas. Si solo fuera eso, entonces no pasa nada, porque este domingo ya concluye tal período. Pero..., ¿y si no fuese así? ¿Si estamos ante un nuevo intento de acallar las voces del pueblo con la mirada puesta al discurso único y monocorde del sector oficialista?

Recordemos los lejanos orígenes de los tribunos que hablaban en nombre del pueblo en la plaza pública de Grecia y Roma, como una instancia legítima para limitar el poder de reyes y emperadores. Así nació la institución denominada actualmente Poder Legislativo, que es parte sustancial e inseparable de la república democrática como sistema de gobierno. En teoría, los parlamentarios tienen como función principal representar la voluntad del pueblo y para ejercer con plenitud su rol necesitan indefectiblemente tener la capacidad y libertad de hablar de cualquier tema, sea o no del agrado de los dueños del poder.

Por supuesto que hay diputados y senadores que dicen pavadas y mejor sería que tuviesen cerrada la boca. Pero esa no es la cuestión de fondo. En todo emprendimiento humano, siempre hay fallas, piezas dañadas y ovejas negras extraviadas, pero las manzanas podridas no deberían impedir que el pueblo consuma las frutas en buen estado.

También es cierto que es lamentable el nivel de ignorancia, incoherencia, ruindad y desfachatez de algunos diputados vinculados a hechos de corrupción, narcotráfico y abusos de poder. Esta es una triste realidad que no se puede negar. Por eso, en más de una ocasión se la ha llamado “la Cámara de la vergüenza”. Pero no se puede meter a todos los legisladores en la misma bolsa, ni tal defecto puede justificar la adopción de normas mordaza para que nadie hable.

La libertad no tiene sustitutos. En democracia, el sistema garantiza que los legisladores pueden hablar libremente aunque digan pavadas o estén actuando como voceros de intereses oscuros al margen de la ley. Los problemas de la democracia solo pueden resolverse con más democracia, nunca con medidas que coartan la libertad de expresión.

Esto no significa que estamos ansiosos por escuchar los discursos de legisladores disparateros o cínicos sinvergüenzas. A palabras necias, oídos sordos. Lo que sí defendemos es el derecho que tienen ellos y cualquier ciudadano de expresar libremente lo que piensan. Es mejor pecar por excesos que sufrir por limitaciones autoritarias.

ilde@abc.com.py

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