Política y antropofagia

SALAMANCA. Si no se puede vencer al enemigo ni eliminarlo, lo mejor es comérselo y digerirlo. ¿No era esto lo que hacían –y lo siguen haciendo– muchos pueblos a los que no quiero llamar primitivos, porque, a pesar de esas costumbres, es muy probable que no lo fueran? Es más, esta misma costumbre, pero sublimada a causa de las exigencias de lo que se acostumbra hacer hoy, es una práctica muy frecuente entre los políticos. Hay que agregarle que ese acto de antropofagia moderna va disimulada y adornada de tal manera que hasta parece simpático en muchos casos.

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No es necesario que se pongan a buscar ejemplos en regiones lejanas, en confines remotos a los que difícilmente llegaremos. Un ejemplo bien próximo en el espacio y en el tiempo es lo que ha pretendido hacer Arnaldo Samaniego, que parece dispuesto a echar mano a todos los recursos que se le puedan pasar por la cabeza, sin importar que ellos sean legítimos o espurios; sean nobles o bastardos. La pena es que, a la larga, sin importar quién gane las elecciones del próximo día 15, en que se elegirán intendentes de todos los municipios del país, la que saldrá perdedora será la ciudadanía.

El primer ejemplo es “Arnaldo es uno más de los perros”, que intenta convencer a los jóvenes que él forma parte de esa maravillosa iniciativa de recuperar el centro de la ciudad. Lo que no hicieron los intendentes, aunque este tendría que haber sido uno de sus trabajos, lo están haciendo estos jóvenes que han encontrado las herramientas para comenzar a revitalizar una zona que décadas atrás era el centro comercial y social de la ciudad y que, a causa de políticas equivocadas, se fue deteriorando a pasos agigantados.

Lo que no pudo hacer como intendente, ahora intenta hacerlo como candidato, confundiéndose con ese grupo de jóvenes llenos de vitalidad a los que busca engañar para que en un poco más de una semana le voten porque “es un intendente piola”, “porque es uno más de los perros”, “porque es un tipo calidá”. Lo que no quita que al lunes siguiente se olvide de todos ellos y no les preste ninguna atención porque ya logró lo que quería.

El segundo ejemplo es lo que hizo en el Defensores del Chaco, donde además utilizó un jugador vistiendo la camiseta de la selección de fútbol. Esa camiseta era un símbolo. Y uso el tiempo pasado porque Samaniego tuvo la enorme habilidad de destruirlo en pocos segundos. Esa camiseta era el símbolo de todas aquellas empresas nobles que se querían acometer sin distinción de partidos políticos, confesiones religiosas, ni color de piel, ni origen. Es decir, era el punto en que nos encontrábamos todos dispuestos a dar lo mejor que teníamos.

Hace muchos años se realizaban los Juegos Universitarios, que durante un mes se convertían en una verdadera fiesta de la juventud. Se buscaba que no hubiera política, que no se gritara contra la dictadura, que no hubiera riñas partidarias. El único momento en que afloraba el descontento de los estudiantes con el gobierno de Stroessner era el día de Santa Rosa de Lima, patrona de la policía, que siempre coincidía con esos juegos. Entonces, cuando entraba el equipo de la Facultad de Derecho de la Nacional, no importa cuál deporte fuera, las hinchadas le cantaban “Cumpleaños feliz”, porque esa carrera tenía fama de estar llena de “pyrague”. ¿Cuál fue el remedio? El gobierno comenzó a darles dinero a los centros de estudiantes en poder del oficialismo para que contrataran “monos”, es decir, jugadores profesionales que se matriculaban en diferentes facultades nada más que para participar en dichos juegos. Era lógico que equipos así integrados arrasaban con los otros compuestos exclusivamente por verdaderos estudiantes. Hasta que el gobierno se comió a los Juegos, los digirió y pasaron al olvido. Pues esto mismo es lo que estamos viviendo de nuevo.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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