Por no querer estudiar

Según datos de Encuesta de Hogares, publicados en diarios matutinos, 25.700 adolescentes abandonan la escuela prematuramente, porque “no les gusta estudiar”.

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La noticia es importante por sus causas y sus consecuencias. Y aunque pareciera afectarle únicamente a ellos mismos, la verdad es que nos afecta directa y negativamente a todos. 

Aunque solo fuera por egoísmo, todos debemos reaccionar y buscar o hacer buscar cuanto antes una solución eficaz. 25.700 desertores de la educación escolar son otros tantos candidatos con plaza asegurada como pobres y marginados de la sociedad, porque para sobrevivir en el futuro próximo y remoto necesitarán ser mantenidos por el resto de la sociedad o terminarán siendo activos miembros de la desestabilización social o la delincuencia. En el futuro próximo y, no digamos en el remoto, sin la formación y capacitación mínima del bachillerato o educación técnica de nivel medio, no habrá posibilidades de trabajo, ni siquiera de empleos elementales. Para el trabajo y empleo serán necesarios cada día más conocimientos y competencias de nivel progresivamente superior. 

Pero según el texto de la noticia, la explicación explícita de estos 25.700 desertores del sistema escolar es que “no les gusta estudiar”. Y la pregunta inmediata que cualquiera puede hacerse es por qué no les gusta estudiar, cuáles son las causas de ese rechazo al estudio. 

Estudiar es aplicar la inteligencia en busca de conocimientos y solución de dificultades y problemas, mediando los procesos de aprendizaje. Supone observar, leer, escuchar, pensar, memorizar hasta comprender y apropiarse mentalmente los conocimientos necesarios o deseados. 

A todos nos gusta aprender y especialmente a los niños que preguntan por todo y son naturalmente curiosos. 

Esos procesos de estudiar para aprender llevan consigo un relativo esfuerzo, que normalmente queda totalmente recompensado por la satisfacción de las soluciones y los aprendizajes logrados. Pero si los conocimientos y aprendizajes que se les ofrecen en la escuela les resultan inútiles, no tienen ninguna “significación” ni relación con su vida e intereses, el esfuerzo no encuentra motivación para mantenerse estudiando algo a lo que no le ven ningún sentido y utilidad. El problema del rechazo al esfuerzo del estudio no está en los estudiantes, sino en los profesores que no aplican en su docencia la suficiente calidad pedagógica y didáctica para motivar y hacer interesante lo que enseñan; y está también en los programas que obligan a aprender conocimientos que para nada sirven en la vida real presente y frecuentemente futura de esos estudiantes.

Los niños y adolescentes del siglo XXI están acostumbrados a recibir mensajes, obtener información, alcanzar conocimientos con tecnologías que usan lenguajes de los dos hemisferios del cerebro, lenguajes muy amigables y persuasivos, mientras la mayoría de los docentes siguen comunicándose con lenguaje verbal, unidireccional, mayoritariamente abstracto, más impositivo que persuasivo y sugerente. 

Cuando 25.700 adolescentes dicen que abandonan la escuela porque no les gusta estudiar, hay que tomarse muy en serio el hecho, sus causas y sus consecuencias, porque en sí y por el número de quienes toman esa decisión (y sus padres) son graves. 

Además de graves son sobre todo una denuncia implacable. Ni los programas ni los modos de enseñar, es decir, la pedagogía y didáctica, de un buen número de los profesionales de la educación están dando respuesta adecuada a las necesidades y exigencias de los estudiantes. 

Porque la cifra de desertores es “indicativa” no es muda, hay que preguntarse cuánto están sufriendo muchos estudiantes, cuánto estrés, cuánto están dejando de aprender, cuánto están aborreciendo disciplinas fundamentales como matemáticas, química, física, filosofía, etc… porque la docencia no tiene la calidad requerida. Hay otros muchos miles de estudiantes que no desertan, pero acaban la escolaridad odiando ciertas ciencias porque no se les ayudó pedagógica y didácticamente a gozar con el aprendizaje de sus bellísimos y trascendentales conocimientos. 

Siglos pasados, incluido el XX, los estudios académicos se acababan con la escolaridad y la universidad, quienes accedían a ésta: ahora estudiar es ya un imperativo para todas las edades, porque los conocimientos cambian aceleradamente y las profesiones tienen que actualizarse permanentemente. Si de pequeños se indigestaron los estudios, será difícil que los recuperen de adultos, cuando también le serán necesarios.

jmonterotirado@gmail.com

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