Que el animal sea animal

Cada vez más escuchamos mascotas con nombres de personas. Esto forma parte del antropocentrismo: el ser humano como eje y referente para todos los seres que pueblan el mundo. Hay una adoración al animal, peligrosamente idólatra, instalada en las sociedades, que busca colocar al ser irracional al nivel humano o incluso superior. Vemos diariamente mascotas asociadas a capacidades humanas, nos enternece un perrito que camina en dos patas o nos da risa un mono vestido de traje. Por un lado, se califica de vil al ser humano, por el otro se trata de humanizar al animal. ¿Qué significa amar a los animales? Dejarlos ser lo que son. Tal como se condena que una persona se comporte como un animal salvaje, debería condenarse que un animal fuera obligado a comportarse como una persona.

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Hay muchas posturas y estudios sobre este tema; no obstante, lo básico lo sabemos todos: no maltratar al animal es proporcionar alimentos, refugio, control veterinario y cariño. Pero en la simpleza es donde muchos se pierden y convierten la casita del perro en que viva dentro de la casa, se lo sobrealimenta y el afecto se vuelve enfermedad y obsesión. No es incorrecto mencionar que muchas veces tras una persona que dice amar a su mascota se esconde alguien con problemas de socialización, un solitario que no eligió serlo; y es que el animal no cuestiona, sino obedece. Por supuesto, el consumismo no ha desaprovechado la corriente antropocéntrica creando líneas completas de belleza para mascotas: champús, perfumes, ropas, joyas, cuando ellos no necesitan nada de esto, tienen su propia vanidad y muy bien manejada.

El amor hacia los animales significa el respeto a su hábitat, destrezas y formas de vida.

De manera optimista, algunos científicos dicen que las campañas globales de humanización animal podrían ser útiles para la conservación de especies en peligro de extinción. Vale entonces crear imágenes animadas de una especie o lanzar peluches para que el ser humano pose ojos y conmiseración sobre la víctima. Sin embargo, los científicos también se preguntan si mostrar “tierno” a un animal y que, a la vez, conserve sus características indómitas, podrá ser posible para todas las especies y no solo para las más inteligentes. Porque hay un rango de simpatía como de conocimiento; un pez o un insecto no despiertan lo mismo que de un osito panda. Tampoco los estudiosos pueden afirmar que hacer mascotas de los animales salvajes sea un paso para la conservación.

Por otro lado, y esto es un tema profundo del que poco y nada se habla, no debemos olvidar la despersonalización –enfermedad mental– como arma de dominación masiva, es decir, la instalación del estado psíquico en el que el ser humano se siente extraño a sí mismo, a su cuerpo y al ambiente que lo rodea.

El amor a los animales merece ser además de sentido, pensado. Urge la necesidad de respetar la esencia, el instinto, mantener la distancia. Propagar sensibilidad no significa precisamente el bienestar animal. Por fortuna, una certeza tenemos, y es que los humanos no somos mejores ni peores que otros seres vivos, pero sí somos responsables por mantener el orden inequívoco de la naturaleza.

lperalta@abc.com.py

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