¿Qué enseñamos a los hijos con los bailes eróticos?

Un lector de Encarnación, días pasados, preguntó a través de un email qué enseñamos a nuestros hijos con los bailes eróticos, haciendo alusión a los espacios televisivos y otros shows que muestran esa clase de espectáculos.

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Dice Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura, que en la actualidad vivimos el mundo del show y del espectáculo, donde todo es color, brillo y mucho ruido. No hay tiempo ni lugar para charlar, analizar o profundizar sobre temas importantes, porque se tocan asuntos frívolos, chismes y escándalos. En ese contexto, aparecen los realitys, que son espacios de competencias, de músicas y bailes, donde no importa tanto el arte, como expresión de belleza, sino mostrar el cuerpo, prácticamente desnudo, donde los movimientos eróticos resultan pornográficos.

Estos programas, cuyos formatos se copian del extranjero, supuestamente se emiten fuera del horario de protección infantil, pero bien sabemos que los chicos permanecen despiertos hasta altas horas y, además, en esa misma hora los viernes hay un espacio para chiquitos y chiquitas de canto, danza y otros talentos infantiles. De manera que pedir que los pequeños no queden frente al televisor después de las 9 de la noche es misión imposible.

La televisión sigue siendo un medio audiovisual poderosísimo, que llega a todos los estratos sociales y siempre los estudiosos de la conducta humana discutieron sobre su incidencia en los comportamientos de la gente. En especial, algunos psicólogos y educadores debaten sobre su influencia en los niños y jóvenes, que todavía no tienen madurez o formada sólidamente su personalidad. Realmente, la televisión influye, no solo en el público infantil o juvenil, sino en personas mayores.

Si recurrimos a la historia vemos que en las culturas primitivas la danza y la música, eran verdaderas expresiones de arte y de belleza. Se practicaban con el fin de obtener un disfrute estético y un goce espiritual. En las Sagradas Escrituras están los salmos, unos cantos del rey David, el cantar de los cantares y tantas maravillas más que deleitan el alma.

Además, las culturas primitivas nos enseñan que la santidad del cuerpo es central para la celebración de la vida. Todavía sobreviven las tribus o los grupos humanos donde el cuerpo es centro de veneración. Tanto que casi todas las religiones (incluso la católica) consideran que el cuerpo es un templo sagrado.

En la celebración de la vida a través de los rituales de bailes y canciones nuestros ancestros dieron gracias por la lluvia, el viento, el sol y las cosechas de los alimentos. No es raro que incas y aztecas construyeran templos para adorar a sus dioses. La danza y el canto están presentes en todas las culturas como auténticas expresiones artísticas. Los pueblos, a lo largo de su historia, se esmeraron por presentar lo mejor en vestimentas, movimientos, cantos e instrumentos musicales para celebrar la vida, en todas sus facetas.

Hoy estamos muy lejos de las culturas primitivas. Tantos siglos han transcurrido y algún tipo de danza y canto se presenta de forma erótica. ¿Qué enseñamos a los hijos con esto?

Nada edificante para su crecimiento espiritual. Lastimosamente, se les enseña que el cuerpo de la mujer es un objeto a consumir y hay que exhibir en el escaparate para vender. Se les enseña que las colas y las lolas, llenas de siliconas, son las que venden. Tanto que chicos y chicas hacen cualquier cosa para acceder a los implantes ya antes de los 15 años. Si no lucen con esos cuerpos artificiales aparentemente perfectos, no se sienten seguros ni aceptados socialmente. Este exhibicionismo patológico es el fiel espejo de nuestra sociedad enferma, tan enferma de antivalores que no deben llamar la atención el aumento alarmante de las chiquilinas embarazadas, el consumo excesivo de las drogas, los videos pornográficos de Galaverna, la prostitución en aumento, las fotos íntimas que circulan por las redes, las nenitas que se visten como mujeres fatales y el dinero del pueblo que se despilfarra en las fiestas escandalosas. Nada de esto puede sorprender cuando la sociedad ha perdido sus valores éticos y morales. Y no es cuestión de mojigatería o falsa moral, sino un punto que se debe analizar con profundidad; aunque se trate de espacios de simples entretenimientos, la cosa no es tan simple como parece.

blila.gayoso@hotmail.com

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