Reñe’êmbarei

La demostración palpable de que es peligroso ser antisistema, de ejercer la libertad de expresión en un contexto cerrado, y pretender romper el libreto rígido en curso se dio en el club Teniente Fariña de Caacupé el pasado 11 de abril. Un ciudadano ubicado cerca del palco que interrumpió el discurso del Presidente de la República fue echado democráticamente a empellones del local del evento por decir lo que piensa.

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El asegura que no, pero se pensó que el hombre pudo haber estado tomado, y si fuera así lo estuvo menos que Luis Canillas asesor del presidente Cartes cuando se dejó filmar estando altamente alcoholizado y lanzando improperios contra la senadora Desirée Masi, por lo que es poco probable que el hasta entonces anónimo correlí haya sido sacado de ahí por borracho, sino por decir lo que piensa.

La reunión tenía todos los ingredientes de una concentración proselitista del oficialismo. Remeras, pañuelos, banderas rojas, y hurras encabezadas por la propia directora del colegio John F. Kennedy, además de los fervorosos aplausos a todo lo que estaba mal, con lo cual la directora y otras que –como ella– hacía prevalecer el pañuelo sobre la educación aséptica, quedaban habilitadas a restablecer el sectarismo político en las instituciones educativas.

El propio presidente estaba haciendo alarde de sectarismo inconstitucional al destacar que nunca recibió –por ser liberal– en audiencia al gobernador del Departamento, a pesar de ser su representante para la ejecución de la política nacional. Esto de hacer creer a la audiencia partidaria de que vuelve a estar empoderada en el sentido de que puede hacer lo que quiere, sin consecuencia alguna, por el solo hecho de ser colorado, ya es una técnica gastada, que lamentablemente muchos activistas del oficialismo aún se tragan.

Pablo González, el ciudadano de quien estamos hablando intervino en momentos en que Cartes estaba diciendo: “trabajo digno es el mejor programa social de todos los países sociales del mundo” (sic). Es obvio que el presidente no quiso decir “países sociales”, mucho menos países socialistas, pero fue en ese momento que el disidente colorado intervino:

“Reñe’êmbareíko” (estás diciendo cosas sin sentido), “cierto, cierto”, respondió Cartes con un arranque de nerviosismo. Pero el hombre al parecer se sintió alentado en vez de intimidado y agregó: “mboy mondaha jareko ápe ha mitãrusu ndaijestúdioiva” (Cuántos ladrones están aquí reunidos mientras los jóvenes no tienen dónde estudiar)... “Esta bien, está bien”, repitió el Presidente, ya evidentemente nervioso y desubicado en un escenario cuyo libreto solo admitía hurras.

HC habrá pensado que eso era obra de la disidencia, algo imposible porque acababa de participar de una reunión privada con González Daher incluido y ahí nadie se atrevió a decirle nada. No era de la disidencia, pero era un disidente, que finalmente lo hizo callar, algo que ni Marito lo consiguió.

El disidente pensó erróneamente que asistió al encuentro de una “asociación de hombres libres” y pensó que la remera roja le habilitaba a ingresar y ejercer el derecho a la libertad de expresión, tal como rezan los estatutos de la ANR y lo garantiza la Constitución.

Por su parte el presidente cree hacerse el vivo apareciendo en actos sectarios y de esa forma expone la investidura presidencial en lugares no aptos para un presidente de la república, en vez de dedicarse a gobernar exclusivamente, tal como lo dispone la Constitución.

Lo raro es que ni la Policía ni la Fiscalía tomaron en cuenta la denuncia del disidente colorado: “cuántos ladrones están acá”, dijo al parecer con conocimiento de causa, pero nadie lo convocó para ampliar su denuncia, tal vez porque la Policía y la Fiscalía temen tanto como la audiencia del acto escuchar la verdad y descubrir la realidad q ue los rodea.

ebritez@abc.com.py

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