Robo consentido al pueblo

Hace cuarenta años que Brasil y Argentina le roban abiertamente (sí, le roban, no cabe otro término) a Paraguay en Itaipú y Yacyretá, y todos (todos) los gobiernos desde entonces, sin excepción, lo han consentido. Podrán poner todas las excusas que quieran para justificarlo, pero esa es la única verdad.

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Desde el punto de vista físico y tecnológico, la ingeniería necesaria para dominar la portentosa energía de un gran río, convertirla en electricidad y transportarla hasta el foco de un velador podrá ser una cuestión bastante complicada; pero, créanme, desde el punto de vista económico, vender electricidad no es muy diferente de vender dulce de guayaba.

Supongamos que dos vecinos comparten un guayabo que da una cantidad impresionante de frutas y deciden fabricar dulce para sacarle provecho. Contraen un préstamo, compran e instalan una máquina, comienzan a producir y acuerdan repartirse el dulce en porciones iguales para consumo propio o para venderlo, previo pago de un monto proporcional para cubrir la cuota del préstamo y los gastos requeridos para la producción. Nada que objetar.

Surge la particularidad de que uno de los vecinos consume mucho más dulce que el otro, por lo cual le propone a este comprarle la parte que le sobra. Dado que ese sobrante es una riqueza que le corresponde legítimamente al segundo vecino, lo lógico y honesto sería establecer un precio justo, que se podría fijar en un valor equivalente al precio del kilo en el mercado menos un generoso descuento, considerando que no solo son vecinos y amigos, sino socios comerciales.

Hasta aquí todo perfecto, es lo que pasaría en cualquier sociedad equitativa y cualquier relación de buena fe. Pero en Itaipú y Yacyretá no ocurre nada de eso.

La comparación sería la siguiente. El primer vecino, mucho más poderoso que el segundo, valiéndose de artimañas, sobornos y amenazas, le obliga a firmar al más débil un contrato por el cual este se compromete, no a venderle, sino a cederle exclusivamente a él todo su excedente, y no a un precio justo, sino a un valor simbólico que es una pequeña fracción del precio en el mercado.

No contento con ello, el vecino más fuerte le saca permanentemente en cara al vecino más débil que él solo puso el guayabo, omitiendo adrede no solo que eso es lo más importante, sino que todo el resto se montó con un préstamo que se paga estrictamente con el valor del dulce, no con el dinero del más rico.

Y hay más. Al estilo del mejor de los usureros de barrio, el vecino más fuerte y acaudalado se constituye él mismo en prestamista del proyecto y le cobra a la sociedad intereses muchísimo más altos de los que se obtendrían en la plaza financiera convencional, con cláusulas de ajuste indexadas y toda una serie de trampas que hacen que la deuda, en vez de bajar, suba.

Cuando se paguen todas las cuentas, y solo entonces, podemos disolver la sociedad y cada uno se lleva su parte, le dicen al más débil. Pero ni siquiera le permiten realizar una auditoría independiente para determinar si esas cuentas ya están pagadas o no, todo para prolongar la expoliación lo más que se pueda; si es posible, indefinidamente.

Itaipú y Yacyretá no son sociedades, son estafas contra el pueblo paraguayo. Es triste que tantos compatriotas se hayan prestado y se sigan prestando para ello.

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