Se burlan

En teoría, el régimen constitucional en el que se sustenta nuestra democracia garantiza que todos los paraguayos nacemos iguales ante la ley, y aunque no establece que nacemos con credenciales democráticas, nos garantiza la libertad para lograrlo. Los paraguayos hemos pactado en 1992 un sistema político de democracia representativa con instituciones republicanas. 

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Eso significa que todos estamos convocados, por razones de soberanía, a elegir libremente a nuestras autoridades. Podemos equivocarnos en eso, claro que sí, pero el sistema nos permite rectificarnos, nos permite a no persistir en el error, aceptando como regla un lapso para cada mandato. Teóricamente, un mal desempeño debería merecer una sanción que en manos del ciudadano elector significa no volverlo a elegir, si el candidato tiene permitido buscar la reelección o ir en pos de otro cargo distinto, pero igualmente electivo. 

Dejemos esta vez de lado casos de los cuales debería ocuparse la justicia y no lo hace por complicidad con la impunidad, para centrarnos en casos en que burlados todos los procedimientos institucionales contemplados por el Estado de derecho de un régimen constitucional para sancionar a las personas a través de la justicia, queda como única y última valla el voto ciudadano. 

¿Quién más –que no sea el soberano, es decir las 4.260.000 personas inscriptas para votar– podría ocuparse de ellas, luego de haber traspasado todas las trabas puestas por la ley y la justicia? Dos casos concretos: Óscar González Daher y Jorge Oviedo Matto, expulsado el primero y obligado a renunciar el segundo, como miembro del Senado. 

Enterada de sus fechorías, como igualmente lo estuvo la totalidad de la ciudadanía a través de los audios que revelaron el burdel en que se convirtió al Poder Judicial, la Cámara de Senadores estaba diciendo teóricamente con esta decisión: “Tomen y hagan con ellos lo que deben hacer, no los voten nunca más”. 

Eso es en teoría, pero en la práctica sucede todo lo contrario. El sistema político que se sustenta en la misma Constitución ante la cual todos somos iguales permite que tanto González Daher como Oviedo Matto hayan sido de nuevo candidatos a ocupar el mismo cargo del cual uno fue expulsado y otro obligado a renunciar por haber deshonrado la investidura. Esas candidaturas, lejos de ser rechazadas, fueron premiadas con otra reelección, con lo cual se echa por tierra la teoría de que en la democracia el mejor premio a la buena gestión de un mandatario es la reelección y el mejor castigo a cualquier político de mala gestión o conducta es no volverlo a elegir nunca. 

Este sistema de imponer el hecho consumado nunca puede llevar a nuestro sistema político por un buen camino. Al comunismo soviético, por lo menos le fue mal con su enfoque de que el “materialismo filosófico marxista considera que la práctica social es la base de la teoría”. 

Traducida esa filosofía a nuestra trágica realidad, significa que si lo que se hizo mal no tiene consecuencia para sus autores, significa que está bien y por tanto quien lo hizo está reivindicado plenamente. Así lo estamos haciendo ahora aquí también. 

“La práctica social es la base de la teoría”. Teorizando, por ende, la práctica del dúo González Daher-Oviedo Matto (y cuántos otros más) llegamos a la conclusión de que ser corrupto no es malo, ser corrupto es revolucionario y si lo procesan por ello es una persecución política, a lo que habría que agregar la doctrina de que robar al Estado es un acto progresista a través del cual los revolucionarios ayudan al compatriota pobre y combaten a las oligarquías que retrasan la emancipación popular.

A la hora de pensar en una reforma constitucional, reflexione sobre este punto, porque al decir de un entrevistado en la radio: sabemos cómo entrar (a una Constituyente), pero no tenemos idea de cómo saldremos de ahí.

ebritez@abc.com.py

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