Sensibilidad social para el trabajo doméstico

Que las empleadas domésticas cobren el sueldo mínimo como ideal está perfecto, pero en nuestra realidad socioeconómica ¿se puede aplicar? Como cualquier ley, laboral en este caso, una cosa es que se entienda, otra muy diferente es su viabilidad. Desconozco quiénes están asesorando a las empleadas domésticas organizadas, pero recordemos que la mayoría no está asociada, y que para muchas mujeres es un trabajo temporal. De hecho, no es fácil encontrar chicas o señoras jóvenes preparadas para trabajar en este oficio de ayuda en el hogar.

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Sondeando informalmente a los patrones sobre la ley para las empleadas domésticas, lo toman con una sonrisa primero, y después se preocupan, muchos se enojan y sacan cuentas solo a su favor. Realmente es un problema vital a resolver, por un lado, está el derecho de toda persona a percibir un salario digno por su trabajo, por el otro, la imposibilidad del grueso de la población de pagarlo. Debemos considerar otros factores, muchos que arrastramos culturalmente, como la explotación de los que menos oportunidades de instrucción han tenido.

Me comentaba una mujer que trabajó muchos años como limpiadora que lo que más le costaba era ponerle precio a su trabajo “cuando la necesidad te supera, cuando tenés hijos, aguantás únicamente lo que se te dé”. Por su lado, una empleadora me decía: “Le doy ropa, le trato bien, le doy remedios, le aguanto problemas familiares, y se queja”. Cabe destacar que los regalos y permisos que se les conceden no compensan el sueldo, salvo que se establezca de antemano y común acuerdo. En fin, hay miles de situaciones y valores que se ponen en la balanza: idoneidad para el trabajo, capacidad de pago, ineludiblemente el respeto, la honestidad, la confianza entre las partes.

Si se aprobara el salario mínimo no acaba el tema, hay muchas aristas. Una vez me invitaron a un grupo formado por psicólogas y empleadas domésticas donde el fin –bajo el gancho de ofrecer trabajo como niñera o mucama– era prepararlas para saber negociar su trabajo y su sueldo. Cada una contó resumidamente su historia de vida, muchas madres solteras, todas eran de nivel socioeconómico bajo y la mayoría del interior del país. Se habló de patrones abusivos, humillaciones y sobrecargo de labores. La gran limitación que tenían era no poder/saber cerrar tratos claros. Y no está de más decir que muchos patrones también precisan cursillos para saber/querer ser justos y específicos en sus requerimientos. Mientras se debate la ley, debemos aprender a negociar con lo que somos y tenemos; evaluación que probablemente desemboque en la verdad de que en casa nunca le dimos importancia a distribuir las responsabilidades ni cultivamos la colaboración mutua. En otros países solo los millonarios tienen servicio doméstico, el resto no. No obstante, si las familias resolvieran prescindir del servicio, ¿qué sucederá con las mujeres que no tienen otra opción laboral? No es soplar y aprobar la ley para arrojarla al ruedo “de los comunes”. Hay hondas consideraciones, sobre todo la obligación gubernamental de crear fuentes accesibles para el aprendizaje de oficios y empleo. Sepamos, pues, profundizar los problemas colectivos con pensamiento político, económico y, sobre todo, sensibilidad social.

lperalta@abc.com.py

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