Sobrevivir: o ellos o nosotros

El dilema no es demasiado complicado: o los narcopolíticos se adueñan de los poderes públicos que controlan el país, o las autoridades constitucionales y la ciudadanía honesta combaten con fuerza y eficacia a esta mortal plaga y la exterminan. No hay opciones intermedias. No existe “convivencia pacífica” entre los narcotraficantes y las organizaciones y los ciudadanos honestos y respetuosos de la ley. Aquí lastimosamente debe aplicarse la máxima de que quienes no están con las fuerzas legales y democráticas, están en contra de ellas y sirven, directa o indirectamente, a los delincuentes del tráfico de estupefacientes.

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Muchas personas piensan que el narcotráfico es un problema de algunas zonas reducidas y específicas del Norte, especialmente Amambay, Canindeyú, Concepción y San Pedro. También creen que el EPP es una treintena de personas y que el ACA no reúne a más de una docena de militantes. Esta visión minimiza el problema y no tiene en cuenta los poderosos vínculos de los narcotraficantes con las bandas criminales y algunos políticos importantes que les sirven de protectores, sin desconocer los estrechos lazos de complicidad de muchos policías a cuyo cargo está la seguridad en las citadas zonas.

Varios países constituyen un evidente testimonio del flagelo de los carteles de la droga. Gran parte del norte de México, las sierras de Colombia en donde están las FARC, regiones enteras de Bolivia, algunas provincias argentinas, etc., son muestras del tremendo daño que ocasionan estos grupos criminales a la sociedad en general. Destruyen las instituciones y los principios de la convivencia democrática, el reinado de la ley, el fomento de la producción agrícola y ganadera honesta, e instalan la ley de la selva, del antiguo Oeste, en donde las bandas de civiles armados imponen su voluntad y son los dueños de la vida y la hacienda de los pobladores.

Para los traficantes de drogas, la vida humana no tiene ningún valor. Con la venta de los estupefacientes no solo recaudan millones de dólares en forma ilegal, sino también destruyen la vida de niños, adolescentes y adultos que consumen sus productos y el dinero mal habido les permite comprar voluntades de los políticos y la protección de policías y jueces.

En consecuencia, conociendo cómo operan estos grupos criminales en los distintos países, no nos queda otra alternativa que combatirlos a muerte sin tregua ni escrúpulos, porque en un futuro cercano solo hay dos escenarios posibles: o hemos tenido éxito y los narcotraficantes están en retirada, o ellos siguen ganando la guerra y cada vez es mayor el territorio bajo su control mientras el Estado se achica y tiende a desaparecer.

Tenemos que tomar muy en serio este desafío. Ya no se trata de preferencias políticas, colores partidarios o sistemas de gobierno. Se trata de luchar con todas las armas a nuestro alcance por preservar un estilo de vida en libertad, en progreso, en democracia y en respeto de los derechos humanos fundamentales. Por eso, no hay lugar para negociaciones, no debe haber piedad para los policías y políticos que se venden a estos grupos mafiosos. Los narcopolicías y los narcopolíticos deben ser extirpados como un cáncer que si no eliminás, te mata.

ilde@abc.com.py

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