¿Son los partidos o los políticos?

Existe un consenso en la sociedad sobre la imagen de los partidos políticos en el sentido de que los mismos están bastante desprestigiados, pero al mismo tiempo está instalada la duda de si son los partidos políticos los que soportan el desprestigio, o son sus líderes y dirigentes.

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Al parecer es la clase política la causante del descrédito de los partidos, ya que las instituciones políticas siguen siendo pilares decisivos de la democracia. En eso coinciden casi todos los politólogos.

Sin embargo, tratando de tomar distancia de estas instituciones las nuevas iniciativas ciudadanas procuran en lo posible evitar llamarse partidos y optan por movimientos, frentes, colectivos o simplemente instalan nombres que no incorporan la palabra partido. Asimismo, por el deterioro o desprestigio de los políticos, los partidos, alianzas o concertaciones vienen evitando lanzarse al ruedo con la candidatura de políticos tradicionales o políticos profesionales, y lo hacen con figuras outsiders.

Estamos con un aparente problema de a quién atribuir la culpa del perjuicio que se está cometiendo contra la democracia, ya que muchos ciudadanos, en especial jóvenes, se rehúsan a militar en las organizaciones políticas conocidas y los que militan se niegan a migrar a otras organizaciones, aun cuando sea muy evidente la diferencia, o lo que es peor, a pesar de la vergüenza que deben soportar por los reiterados escándalos en que se ven involucrados sus partidos.

Encontramos en esta fidelidad extrema de los ciudadanos afiliados otra probable causa del daño a la democracia, ya que la permisividad ciudadana habilita a la dirigencia partidaria a repetir sus errores hasta convertirlos en vicios y más adelante en actos de corrupción o de ilegalidad.

Probablemente las instituciones poco tengan que ver con las fechorías que se cometen en nombre de los partidos políticos, ya que estos, al igual que las instituciones estatales, son conducidos por personas que deberían regirse por normas legales y códigos de ética, los cuales se echan a perder por la inconducta de quienes dicen pertenecer a una organización por su ideología, su doctrina y su programa de gobierno y por quienes tienen la sagrada misión de representar a la ciudadanía.

Estamos ante la hipótesis de que la culpa del desprestigio de los partidos políticos es de los propios políticos y de la ciudadanía que la apoya. Contribuyen también los responsables de la justicia, con acciones o inacciones que crean impunidad.

Entre todos, están logrando que la sociedad confunda la mala imagen de la dirigencia partidaria y la representación política con la validez del modelo democrático. Es decir, que el error es haber elegido la democracia y no a los falsos demócratas.

Debido a ello, no pocas veces durante la transición, las mediciones de la cultura política ciudadana recogieron datos que justificaban el retorno al pasado dictatorial.

La conclusión lógica es que nuestro país necesita reinventar el concepto de partidos políticos, la misión que tiene su creación y existencia, pero por sobre todo reconstruir el perfil del político con ambiciones de poder. Tal vez así logremos que los partidos formen líderes idóneos y lúcidos y que estos puedan rescatar el importante rol de las instituciones que hoy navegan por el camino no deseado de la autodestrucción.

ebritez@abc.com.py

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