Stroessner tenía razón

Había sido. Porque cuando los demócratas del mundo se solidarizaban con los reclamos de justicia y libertad ausentes en el Paraguay en épocas del tirano, este o cualquiera de sus panegiristas la calificaban como una “intervención en los asuntos internos del país”. El mismo argumento que anteponen hoy los perseguidos políticos paraguayos de antes, cuando se omiten de manifestar condena alguna por los excesos del gobierno venezolano en contra de su pueblo.

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Olvidaron estos señores por lo visto, que hoy tienen cargos, fueros y responsabilidades, gracias a que en aquellos duros tiempos, la solidaridad internacional contribuyó también a la tarea de desgaste y desprestigio para el derrocamiento del tirano. Se olvidaron que cada manifestación de apoyo llegada entonces desde el exterior para los que luchaban por la conquista de sus libertades, desencadenaba un verdadero concurso de “solicitadas” y declaraciones públicas desde las huestes adictas al gobierno, justificando los desmanes y descalificando aquellas voces solidarias. Tanto como se motejaba a los opositores locales de “legionarios” o “antipatriotas” por ignorar la “paz y el progreso de la República”.

Así era la cosa. ¡Y cuánto se valoraba aquel apoyo que trasponía la censura en momentos en que nuestras manifestaciones estudiantiles eran reprimidas por la policía; al mismo tiempo que las “huestes republicanas” excusaban aquella brutalidad, como lo hacen hoy en Venezuela el inefable Nicolás Maduro y su corte de chavistas. Solo cambiaron algunos nombres y contextos –es cierto– pero se trata del mismo menoscabo al de pensamiento diferente, el mismo intento de disfrazar una democracia meramente formal y absolutamente deforme. La misma democracia “sin antichavistas” copiada de la “democracia sin comunismo” que padecimos nosotros. La misma intolerancia... mal que les pese a los que hoy se dicen izquierdistas por la común y exclusiva declamación de consignas “anti imperialistas”.

La dictadura de Nicolás Maduro y el chavismo son de la misma catadura que la de Alfredo Stroessner y su “guardia urbana”, sus “macheteros de Santaní” o lo que inventara este para la represión de sus opositores. Se trata del mismo delirio de mediocridad que sostuvo a nuestro “tiranosaurio”. Haciendo notar –de paso– que si nosotros los paraguayos no nos merecíamos esos largos años de opresión, la patria de Rómulo Gallegos, de Arturo Uslar Pietri, de Andrés Eloy Blanco, no se merece a este troglodita que ocupa la primera magistratura de Venezuela por el exclusivo designio de su mentor: el no menos atrabiliario Hugo Chávez Frías. Que las luchas de Simón Bolívar por la libertad de América no tienen punto de comparación con “las gestas” de los que hacen escarnio de su sagrada memoria pretendiendo una emulación imposible con el patriota. Y esto, con el mismo interés oportunista y demagógico que la autoproclamación de Stroessner como “el continuador de la obra de los López”, o para adjudicársele el papel de “tercer reconstructor” o el predestinado para “reatar los hilos de la historia”.

Para mayores similitudes entre el Paraguay de antes de 1989 y la Venezuela actual (ignoradas todas por nuestros demócratas), lo que ocurre en ese país es un calco de lo que tuvimos en el nuestro; desde las multitudes fanatizadas y teñidas de rojo/chavista, hasta el amedrentamiento a cualquier opuesto; desde la violencia bendecida de los adictos, a la calificación de subversivos al que manifieste su desacuerdo con el gobierno; desde la capacidad de vaticinar intentos de asesinato o adivinar golpes de Estado (para acentuar la represión o justificar sus propios fracasos) hasta la pauperización de cualquier institución encargada de dirimir las diferencias o garantizar la libre expresión del pueblo. Desde el cierre de medios y persecución a periodistas críticos, hasta la virulencia verbal de parte de los medios oficiales hacia cualquiera que opinara diferente. Esos eran nuestros males y esos son los de la Venezuela actual.

Las ideologías se han desdibujado tanto en la América de los tiempos democráticos, que parece prevalecer solamente la afinidad de gestos y palabras antes que la afirmación de ideales que motorizaron –desde siempre– las luchas civiles en pos de una convivencia decente. Y tal parece que algunos perseguidos de antaño, se olvidaron también de la coherencia: o, la clara correspondencia entre lo que se piensa, se dice y se hace. Valor que representa la exacta relación entre lo que sufrimos y la justicia que reclamamos por nuestros padecimientos. Porque si a nosotros nos arropó la solidaridad de extraños... será nuestra obligación moral extender la nuestra hacia quienes hoy sufren lo mismo.

La distensión conceptual que hoy impide juzgar a Venezuela bajo las “cláusulas democráticas” del Mercosur, nos arroja la última y más grave similitud entre lo que sucede en aquel país y el Paraguay de Stroessner. Que la misma diabólica complicidad que prohijó aquella barbaridad llamada “Operativo Cóndor”, pretende hoy otorgar cómplice “cobertura” a los desmanes del “compañero Maduro”. Algunos diputados “petistas” ya inventaron el argumento de la “no intervención” en el Parlamento brasileño. En el nuestro, algunas bancadas se despacharon con lo mismo. Ahora solo falta que devolvamos a Venezuela a los que se refugiaron fuera de sus fronteras. Tal como antes... No hay dudas: Stroessner tenía razón.

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