Tiempo de retribución

La semana pasada, en Salud, se publicó en nuestro diario una interesante y sobre todo siempre oportuna nota sobre el maltrato a los adultos mayores.

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Casi siempre sabemos cómo cuidarlos físicamente, pero ¿y los otros aspectos? Los profesionales aportan algunos puntos de los muchos que existen sobre la atención que debemos como adultos a nuestros padres en la vejez. Sin embargo, sin dejar de lado los problemas comunes que tenemos, otra vez cada familia tiene los suyos, privados, ligados con la historia familiar. Y aquí comienza a complicarse el tema, porque los padres que fueron muy autoritarios o permisivos, poco comunicativos, indiferentes o demasiado ocupados para percibir los problemas o deseos de sus niños, podrían cosechar, al final del camino, algo similar. Si bien, comúnmente concebimos ideales: el abuelo sabio y paciente, la abuelita que teje y lee cuentos, la realidad dista del estereotipo. Las personas mayores también suelen ser comparadas con niños muy pequeños; no lo son, tienen su temperamento, su perfil forjado por la educación que hayan recibido y la vida que hayan llevado. Todo esto aplicado sobre sus hijos en su afán de mantenerlos y educarlos. Sin dudas, la familia es dónde nos hacemos para la vida y el amor, el agradecimiento o, triste decirlo, la venganza. Tanto bendiciones como maldiciones caen –sin conocer la intimidad– sobre las personas respecto al trato que dan a sus padres.

Nuestra cultura específicamente sostiene que hay que tener hijos para que nos cuiden en la ancianidad. O, si se tienen muchos hijos, uno será el que se encargará de cuidar a sus padres. En esta resolución callada, las hijas han asumido siempre la mayor parte del trabajo y responsabilidad de cuidado. ¿Quién cuida a papá y/o mamá? Es uno de los problemas familiares que no se habla y que más divide a los hermanos. Por supuesto cada uno se atribuye haber hecho o dado más que el otro.

Entender el sentido padre-hijo es una meditación permanente, esencial, entender y aceptar nuestro lugar nos llega a veces más temprano, otras más tarde. Las personas ancianas precisan un cuidado dedicado, sacrificado en muchas ocasiones. Para muchos está bien llevarlos a un asilo, para otros sería aberrante. Por cierto, encontrar personas idóneas es extremadamente difícil, sencillamente porque necesitan la atención de un hijo.

El bienestar de los ancianos es una responsabilidad natural, pero necesita –además de jubilaciones justas para ellos y políticas laborales para los hijos– ayuda práctica de organizaciones públicas y/o privadas. Lejos estamos, por ejemplo, de clubes barriales organizados, que no son asilos, sino lugares donde ellos compartan unas horas del día, tengan actividades físicas y mentales (municipalidad, gobernaciones, ministerios, alianzas con empresas privadas).

Los ancianos pobres que no tienen hijos o estos los han abandonado, que son muchos, viven, en nuestra realidad, por la gracia de Dios y solo en Él esperan ya la muerte. 

Los que asumen la responsabilidad de cuidar a sus padres han de buscar una fuente de fortaleza en todo sentido. No es casualidad que muchos repitan la misma situación de sus padres, ojalá buena para todos, cuando llegan a edad avanzada. “Una bella ancianidad es, ordinariamente, la recompensa de una bella vida” (Pitágoras)

lperalta@abc.com.py

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