Todo lo contrario que meritocracia

Resulta difícil y penoso, pero con frecuencia es necesario, escribir sobre problemas que no parecen tener solución en un plazo razonable de tiempo. Entre los más graves males de este tipo que aquejan a nuestro país se cuenta la mecánica del clientelismo que, al pasar por alto la capacidad de las personas, sistemáticamente premia a los incapaces y castiga a los eficientes.

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El clientelismo tiene mala solución en el Paraguay porque está instalado en la idiosincrasia de nuestra cultura, hasta tal punto que quien no lo practica llega a parecer a muchos, en de lugar honesto y responsable, una mala persona: “¡Qué insensible! ¿Cómo no colocó a su hermano? ¿Cómo no apadrinó a su amigo? ¿Cómo dejó de lado a su correligionario?”.

Así las oficinas se van llenando de hermanos, primos, hijos, esposas, novias, amantes, allegados y correligionarios. Cuando no hay cargos para ellos, se inventan. Cuando no hay presupuesto, se consigue. En cambio siempre falta plata para contratar profesionales y se va arrinconando a las personas que realmente hacen el trabajo, marginándolos de los ascensos, porque así podrá “ubicarse”, mucho más satisfactoriamente, a algún pariente, vecino, allegado, amigo, operador político o correligionario.

Esta práctica va acompañada por la pretensión más frecuente de los “apadrinados”, que lo que piden no es un trabajo (algo productivo que estén capacitados y dispuestos a hacer) para ganarse un sueldo, sino un sueldo, a ser posible bien alto, que les permita no tener la fastidiosa necesidad de trabajar.

En política, hay otro fenómeno complementario: así como el ineficiente necesita rodearse de otros ineficientes, para no quedar en evidencia, el corrupto necesita rodearse de otros corruptos que apañen y acompañen sus “negocios” y de hurreros (especialidad bien paraguaya), aduladores y obsecuentes, que además no estén en condiciones de hacerle sombra. Así que para ascender en la carrera política, parafraseando la vieja frase, “no basta con ser ineficiente, además hay que parecerlo”.

En consecuencia, desde las bases mismas, hasta las cúpulas de los partidos; desde las más pequeñas municipalidades, hasta las altas cumbres de los Poderes del Estado, todo el sistema se ha ido llenando de planilleros, ineficientes, camanduleros, ignorantes, haraganes e incapaces… No existe otra explicación posible para la generalizada ineficiencia de nuestra justicia o para el actual nivel ético y cultural de nuestro parlamento.

De hecho, nadie debería sorprenderse de que la senadora María Eugenia Bajac haya conseguido que los legisladores se declaren “pro familia”, porque ya han dado amplias muestras de estar en favor de sus familias, de las niñeras que cuidan a sus familias, de los caseros que vigilan las propiedades de sus familias, de los mecánicos que arreglan los vehículos de sus familias, etc., etc., etc. Lo que sí nos hubiera asombrado es que se declararan “pro necesidades y prioridades de la ciudadanía paraguaya”.

La suma de todos estos fenómenos ha llevado a nuestro país a una situación en la que ya no se sabe si es más grave la enraizada corrupción o la generalizada ineficiencia. Todo ello tiene además un pernicioso ‘efecto cascada’, que afecta e infecta a todos los ámbitos del tejido social de nuestra nación.

¿Por qué habría un alumno de esforzarse en estudiar, si sus méritos académicos no van a ser tenidos en cuenta a la hora de buscar empleo? ¿Por qué habría de hacer bien su trabajo el que sabe hacerlo, si los que ascienden son los ineficientes con buenos “padrinos”? ¿Si la mayoría de nuestros políticos apalean no solo el castellano, sino también el guaraní, qué ventaja tienen tener una formación cultural? ¿Si el ascenso político se logra por adulación y camanduleo, para qué aprender a gestionar y administrar la cosa pública?

Se suele llamar “meritocracia” a la sana costumbre de elegir y nombrar a las personas por sus capacidades, sus habilidades y sus conocimientos. Tal costumbre pone en marcha el mecanismo de un círculo virtuoso: las personas se esfuerzan por tener buena formación, hacer cada vez más trabajo y cada vez mejor, porque su eficiencia es reconocida y premiada.

¿Cómo le llamaríamos, entonces, a todo lo contrario de la meritocracia, al círculo vicioso que se ha generado en nuestro país en donde los méritos son, en el mejor de los casos, el último y menos importante de los motivos para elegir y nombrar a una persona para determinada función o inclusive y no pocas veces, una poderosa razón para no elegirla de ninguna manera o para marginarla de cualquier ascenso?

La meritocracia no es una utopía, no es un imposible, no es un sueño inimaginable. Muchas naciones la practican y son precisamente esos países los que progresan económica y socialmente. Es cierto que va contra uno de los aspectos más primitivos de nuestro comportamiento colectivo como paraguayos, un grave defecto de nuestra mentalidad que hay que cambiar si queremos progresar como nación y salir del estancamiento social en el que vivimos, con altísimos niveles de pobreza y de desigualdad.

rolandoniella@abc.com.py

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