Tomar conciencia del escándalo educativo

No deja de admirarme que, de unos años a esta parte, cada vez que me ocupo del tema de la educación es cuando más retorno recibo de los lectores; sobre todo porque cuando empecé a opinar públicamente sobre el tema, hace ya varias décadas, llegué a pensar que la gente me consideraba una especie de marciano desubicado.

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No quiero hacerme demasiadas ilusiones, soy consciente de que un bajo nivel cultural y educativo engendra, inevitablemente, desinterés en amplios sectores de la población, cuando no directamente desprecio por la educación, el conocimiento, el estudio y la cultura y hay, por desgracia, muchos ejemplos de ello.

Sin embargo, por lo visto, existe cada vez más conciencia de la importancia de la educación y de que, además de ser, en nuestro país, un grave problema social, su deficiencia tiene también un gran impacto negativo en lo económico y lo político. Por otra parte, me imagino que se trata de algo del cual la gran mayoría de las personas tiene experiencia directa.

Los que reaccionan a mis afirmaciones sobre la pobreza educativa es porque la viven y padecen en carne propia, ante la ineficacia de la educación recibida por ellos mismos o por la de sus hijos, hermanos, etc., como es lógico, sobre todo padres –disculpen el exabrupto–, “hinchados de las bolas” de la pésima formación que reciben sus hijos y que pone en riesgo su capacidad de labrarse un futuro.
La cultura de una nación, en su sentido más amplio, que no es solamente el conocimiento y la actividad intelectual y artística, sino más aún una actitud del conjunto de la sociedad ante la vida y en la convivencia, depende de la educación promedio de los ciudadanos. Al deteriorarse la educación, inevitablemente se resiente la convivencia, como de hecho estamos viendo que ocurre en nuestro país.

¿Por qué, si existe esa conciencia de la necesidad de mejorar la educación, esa preocupación en cada vez más ciudadanos y cada vez más sectores de la actividad privada, las autoridades nacionales y locales, en general, la gran mayoría de la clase política y los funcionarios y mandos medios no actúan en consecuencia? Se me ocurren algunas explicaciones.

En primer lugar, creo que los responsables del sistema educativo –los que diseñan las políticas y también los mandos medios que las ejecutan– son víctimas de su propia política educativa: no valoran la educación y la cultura porque no la poseen y, al no poseerla, consideran un peligro para sus intereses inmediatos que los niveles culturales mejoren. Es difícil imaginar que un país con buen nivel educativo acepte que se encumbren políticos poco menos que analfabetos, como ocurre acá con demasiada frecuencia.

En segundo lugar, existe en la mentalidad paraguaya –también por falta de cultura– una tendencia a no vincular las acciones a sus consecuencias. El que malversa fondos para la educación no piensa que cada guaraní que robó o desvió hacia su sector político es un estudiante sin escuela, sin libros o sin maestro. Al que malversa fondos de salud ni siquiera se le ocurre que está cometiendo asesinatos, porque contribuye a que haya muertos por falta de médicos, de equipos y de medicamentos. Eso es lo que no entienden o no quieren entender.

El añorado Helio Vera insistía siempre en que los paraguayos no consideran el dinero público plata de todos, sino plata de nadie y que, por ello, no tienen mala conciencia cuando meten la mano en la lata.

Por eso hay tantas “buenas personas” en la vida privada que serían incapaces de quedarse con cinco guaraníes de su vecino, pero que se abalanzan sobre los fondos públicos en cuanto tienen un cargo que se lo permite.

El que roba al vecino es un “mondaha”, el que mete la mano en la lata es “calidad”… Por desgracia, esa forma de pensar, que proviene de una pésima educación y un bajo nivel de cultura cívica, se ha instalado en la mentalidad paraguaya. Por supuesto que personas de buena formación y cultura también pueden robar, pero al menos tienen conciencia de que son corruptos, saben que “mondaha” y no “calidad” es el adjetivo que les corresponde.

Pero volviendo a la educación, hay que recobrar la conciencia de que no solamente malversar sus fondos, sino el simple hecho de escatimárselos es un auténtico crimen, hasta diría que una traición al país. Un mal nivel educativo es una condena a la mediocridad y a la pobreza para los paraguayos de las próximas generaciones. Por lo demás, sin una mejora sustancial del nivel educativo no habrá prosperidad duradera, ni puestos de trabajo estables y de remuneración razonable.

Es necesario que tomemos conciencia de que el sistema educativo paraguayo es un crimen, un verdadero escándalo.

rolandoniella@gmail.com

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