Un acontecimiento ejemplar

En la reciente Semana Santa, en Ñemby, el espectáculo artístico-religioso despertó la admiración de miles de personas. Fue la consecuencia esperada de un hecho que no suele ser frecuente: la unión de propósitos entre pobladores, autoridades y la Iglesia. Es lo que le falta a nuestro país para encaminarse hacia el progreso. Si los políticos tuviesen un mismo objetivo, y el esfuerzo común para realizarlo, pronto saldríamos del laberinto de la corrupción, el atraso, la pobreza en todos los órdenes.

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Por muchos años los ñembyenses asistieron impotentes a la destrucción de su cerro. La codicia iba acabando con la identidad del pueblo, convertida en mercancía. Recién hace dos años concluyeron una parte de los trámites judiciales a favor del municipio. Hay otra que sigue su curso “normal”. O sea, quien sabe cuántos años más habrá de esperarse para que la comunidad vuelva a ser la propietaria de la integridad de su cerro.

De todos modos, lo que ha sido una tragedia ecológica se convirtió en una ocasión para vigorizar la fe religiosa, las tradiciones, el arte único de los estacioneros. El pedazo que dejó la empresa que explotaba la cantera, sirvió para que el ingenio, la voluntad, la perseverancia, fuese el escenario por segundo año de un suceso asombroso.

Recuerdo otro acontecimiento que hace muchos años había unido el pueblo: la construcción de la torre de la iglesia, que nunca la tuvo. No se contaba con un centavo más que lo que pudiera obtenerse de una feria dominical: mandioca, maíz, poroto, gallinas, patos, etc. Era la contribución voluntaria de los fieles que empujaban el proyecto. Al cabo de mucho tiempo y sacrificio económico, al fin concluyó la torre que se levantó majestuosa, desafiante. Cuando solo faltaba coronar la obra con una cruz reluciente, la torre se vino abajo. Nada quedó más que un cerro de escombros. De esta tragedia doy detalles en mi novela “Función Patronal”.

Suavizado el dolor, se comenzó de nuevo. Esta vez con mejor suerte, como puede verse desde lejos.

En las dos dramáticas ocasiones –la caída de la torre y la destrucción del cerro– Ñemby dio muestras de ejemplar entereza para sobreponerse de su desgracia con serenidad. Un personaje del dramaturgo español, Alejandro Casona, cuenta la muerte de sus hijos en una mina y termina con esta frase: “Los lloré de pie, trabajando”.

El pueblo volvió a ponerse de pie y trabajó con entusiasmo para hacer de su cerro –o de lo que ha quedado de él– un escenario de su fe religiosa, creatividad artística, capacidad de sostener y realizar un proyecto común que demandó discusiones, debates, disensos, pero nunca la intención de abandonar la idea de coronar la propuesta por una sencilla razón: se trataba de un bien común, de un beneficio para todos.

Es esta idea –la del bien común– la que nos hace falta para despegar. Con partidos políticos despedazados por la codicia seguiremos, entre otras calamidades, llorando la muerte de compatriotas porque no alcanzaron a tener atención médica.

En rigor, los políticos que nos gobiernan –desde dentro o fuera del poder– con frecuencia se unen en torno de un proyecto. El problema es que lo hacen en contra de los intereses nacionales. Se ponen de acuerdo, por dar un ejemplo, para defenderse de la justicia diciéndonos que están por encima de la Constitución y las leyes.

El “proyecto país” pasa necesariamente –tiene que pasar– por el esfuerzo común de construir un destino mejor para la ciudadanía.

alcibiades@abc.com.py

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