Un instante

La sociedad de consumo va borrando lo humano que se supone que debería tener siempre el hombre.

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En estos tiempos todo es prisa, apremio, nervios, apuro por llegar no sé a dónde, finalmente.
Es cierto que hay personas que no tienen más chance que trabajar a ritmo febril porque las circunstancias les superan.

Si se llegara a comprender realmente para qué uno vino al mundo, cesaría un momento al menos en su afán e indiferencia y miraría a fondo a aquellos hombres y mujeres que se hallan en situación de mendicidad y trataría de ser más solidario, más comprensivo.

La carencia de solidaridad deja en evidencia el extremo egoísmo que va degradando al ser humano.

Por supuesto que esto que estoy diciendo no es nada nuevo, ni mucho menos.
Desde que el mundo es mundo el comportamiento de la sociedad es la muestra clara de la frivolidad, la avaricia y otros males.

Ahora que se va acercando la celebración de la llegada del Niño Jesús, debería la gente detenerse un instante, buscar los verdaderos sentimientos de su corazón y empezar a considerar qué es lo que realmente va a celebrar.

Está muy bueno que los niños vayan armando el pesebre en una esquina de la casa, o en un rinconcito del patio, siguiendo los dictados de su imaginación y de sus sueños.

La recreación de un Nacimiento tan singular alegra en gran manera los corazones infantiles y deja hermosos recuerdos.

Pero visto en su conjunto, aquella armonía que se debe vivir en familia en una fecha tan especial deja a veces bastante que desear.

Acaso esa noche pueda ser el momento oportuno para suspender, para poner punto final a tanta tirantez y tanto apuro acumulado, con un abrazo fuerte que nazca de la necesidad de dar y de recibir amor.

He vivido muchas navidades felices y hermosas en mi pueblito. Cuánta paz y olor a coco había entonces.

Ciertamente, aquellos eran otros tiempos. Otra época.

Ahora percibo que muchas personas parecen llevar la Navidad por delante. ¿Por qué?
La Navidad no se negocia a pesar de que es un negocio. Ella debería llevarnos, sin aún conservamos un poco de sensibilidad, a pensar que estamos solos y completamente vacíos si no tenemos amor para entregar a los demás.

La historia del prójimo, del pobre ser humano que no tiene dinero siquiera para comprar un pan dulce, tendría que tocar nuestra conciencia para que podamos plantearnos hacia dónde vamos, cuál es nuestro aporte a la sociedad y qué estamos haciendo concretamente con nuestras existencias.

¿Mucho barullo, muchas explosiones de petardos y poca paz habrá en esta Navidad?
¿Y la indiferencia nos hará perder nuestra projimidad?

Bajo el Sol inclemente de estos días, suelo ver diariamente en las calles, a algunos vendedores de productos artesanales que muy bien podrían adornar cualquier pesebre.

Ellos aguardan que nos fijemos en las delicadas formas de los camellos y de los reyes magos.
Son paraguayos. Son nuestra gente.

Por otra parte, si deseamos levantar este país, si aún nos mueve el interés de construir una patria soñada, no nos dejemos arrastrar por tanta superficialidad y adquiramos los adornos navideños que nuestros compatriotas hacen, con sus habilidosas manos.

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