Vindicaciones e invalidaciones

MADRID. El único camino para dirigirse a un buen sistema educativo es no enseñando falsedades. O, por lo menos, darle a los estudiantes las herramientas para que puedan ir separando las cosas ciertas de las inciertas. A partir de allí se puede hablar de qué métodos utilizar.

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Siempre leo con sumo interés los artículos de Montero Tirado, ya que es experto en la materia. Pero con frecuencia termino con un dejo de decepción, ya que creo que es como predicar en el desierto. En nuestro país, el verdadero interés que tienen las autoridades en el tema de la educación no pasa precisamente por los métodos pedagógicos y las técnicas que se deben utilizar para obtener resultados apreciables, sino más importa cuándo llegará el dinero del Fonacide y, sobre todo, cuánto para robarlo todo en lugar de utilizarlo en mejorar la infraestructura educativa. Es una práctica sumamente rentable porque como la justicia no funciona, los ladrones tienen impunidad asegurada.

Pero este no es el tema, sino las cosas que se enseñan; con frecuencia hay mentiras y en muchos casos no se logra separar aquello que es mito, leyenda, superchería, de lo que es historia comprobada, verdad científica, hechos reales debidamente verificados. Para tener conciencia de las muchas contradicciones de que somos víctimas, está el caso de Añesu (más de un lector habrá abierto los ojos como platos, sorprendidos por este nombre) que poco o nada aparece cuando se habla de nuestros ancestros guaraníes, de la época de la conquista, de la evangelización y, muy especialmente, cuando se decide rastrear los elementos culturales de aquellos habitantes primigenios. Para no prolongar más la duda, Añesu fue el indígena que, asestándole un golpe con hacha de pedernal, mató al jesuita misionero Roque González de Santa Cruz.

Pasemos por alto el hecho que su imagen figura hoy en los billetes de cien mil guaraníes, dándose un doble contrasentido por existir en nuestro país la separación entre Iglesia y Estado, al ser un Estado aconfesional, es decir, laico. Por el otro mezclar una figura perteneciente a una doctrina religiosa que predica la humildad y la pobreza. Pobres, sí, parece decir, pero con cien mil guaraníes en el bolsillo.

La muerte de Roque González de Santa Cruz se produjo, según lo relatan sus compañeros que escaparon de la agresión, cuando este fue a buscar a Añesu que había estado en la Reducción y luego resolvió regresar con los suyos. Fue a su poblado y le conminó a que regresara. La respuesta que recibió, siempre según aquellos relatos, debería guardarse como uno de los documentos más importantes de la época de la colonia. Le dijo, entre otras cosas, algo así como “si es bueno para tu dios que yo regrese a la misión, quiere decir que es malo para el mío”. Tenía conciencia clara y trasparente de lo que estaba en juego entonces: la cultura y la religión de los europeos y la cultura y la religión de los aborígenes.

Cuando en 1992 se conmemoró el quinto centenario del descubrimiento de América, los diccionarios de sinónimos quedaron cortos, a quienes militaban en la izquierda, para encontrar los epítetos necesarios para insultar, descalificar y desacreditar aquel “encuentro de dos mundos”. Pero nadie, sin embargo, absolutamente nadie, ensayó el más tímido gesto de vindicar el nombre de Añesu, que terminó siendo la única víctima de la lucha por la defensa de una cultura y de un modo de vida. La izquierda encontró más importante (y sobre todo más fácil) cargar contra Cristóbal Colón o contra Hernán Cortés o Francisco Pizarro antes que encontrar los nombres de quienes, aunque sea de manera intuitiva, comprendieron en qué campo se estaba jugando el camino por donde iba a trascurrir la historia, lo que se iba a perder, por un lado, y lo que se iba a incorporar por el otro. El corazón de Añesu no está conservado en ningún relicario, pero no por eso dejó de ser menos venerable aunque por nadie venerado, a pesar de que se jugó por su pueblo y, lastimosamente, perdió.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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