12 de Agosto de 2018
| Jn 6,41-51Vivir para siempre
En este domingo llegamos al momento culminante del discurso sobre el Pan vivo, cuando Jesús afirma: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá eternamente”.
Él es el Pan vivo que genera vida, sea en cuanto estemos peregrinando por este mundo, sea después, en la otra, que es para siempre.
El derecho a la vida es el primer derecho del ser humano, es más, es el derecho a una existencia digna de un ser humano, con las condiciones mínimas para tanto.
Consideremos que estas condiciones son materiales y son emocionales, pues, como me parece sabio insistir: el ser humano no es solamente un estómago a llenar, sino también un corazón que necesita de afecto.
Constatamos con aflicción la “cultura de muerte” que está alrededor nuestro y que se muestra muy eficaz en arruinar corazones, familias, instituciones y naciones.
El materialismo devasta los nobles ideales de uno; el individualismo daña las personas, porque las aísla y las empobrece; la hipocresía, manifestada de distintas maneras, divide las familias y echa en el mundo a niños y jóvenes bastante vulnerables.
Esta “cultura de muerte” aparece sombríamente en tantos vericuetos del poder y de la política, cuando se usa y se abusa de los bienes del Estado para el enriquecimiento ilícito de unos pocos. Y para colmo, con asquerosa impunidad, a razón de una justicia sobornable.
Sin embargo, por la generosidad del Señor no estamos indefensos ante estos signos antihumanos: Él nos regala el pan que da vida. Es el don más importante que podemos recibir, pues no se trata de una “cosa“, pero de una Persona, del mismo Jesucristo, Dios presente en la Hostia consagrada.
Se establece una comunión profunda entre el Señor, que se dona y aquel que lo recibe con limpio corazón. La misma fuerza de Dios va pasando a quien lo recibe y ella destruye el miedo, el rencor, la codicia y los vicios sexuales.
En otro momento Jesús usó la comparación de la vid y del sarmiento, afirmando: quien está unido a mí da muchos frutos, porque sin mí ustedes no pueden hacer nada de bueno.
Es así que nace la nueva criatura humana, no dominada por las debilidades de la carne, pero creciendo hacia la estatura y profundidad de Jesucristo. Esta nueva criatura está capacitada para derrotar las estructuras de pecado y la cultura de muerte.
Y, terminada nuestra peregrinación, podremos vivir para siempre disfrutando de la bienaventurada presencia de Dios, que es el objetivo más importante que tenemos hoy.
Paz y bien
hnojoemar@gmail.com
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