¡Y vamos por la segunda!

SALAMANCA. Somos el país del “no me acuerdo” y del “no sé”. Como remedio de lo primero estamos los viejos –¡tantas veces denostados!– para recordar cosas que son importantes y que ya se han olvidado. Por ejemplo, es necesario recordar que la actual ministra de Educación, Marta Lafuente, la misma que recibió a los alumnos que protestaban repartiéndoles flores, porque era lo único que estaba dispuesta a dar, es la misma que en la época de la ministra Blanca Ovelar, en los primeros años de la década pesada, comandó la reforma educativa. Es la misma persona que hoy reconoce que dicha reforma no funcionó y es necesario hacer una nueva. La primera pregunta ¿es gratis esta nueva reforma? La segunda pregunta ¿fue gratis la primera?

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En aquellos años yo estaba viviendo todavía en Asunción y llegaron a mis manos los programas de estudio elaborados por esa reforma. Si los calificara como “disparate”, estaría siendo injustamente benévolo con lo que se pretendía hacer y que se terminó haciendo. Escribí entonces una serie de artículos que concluyeron con una reunión con la ministra Ovelar, con Marta Lafuente, responsable de la oficina de la reforma y gente de su equipo. La reunión comenzó alrededor de las seis de la tarde y se prolongó hasta la medianoche.

En aquellos programas había grados escolares que tenían hasta 18 y 19 materias. Si se tienen seis clases diarias de lunes a viernes, son 30 por semana lo que significa que de esas 18 materias se den 0.6 veces por semana lo que excluye toda posibilidad de dar dos o tres veces, semanalmente, aquellas materias que necesitan un tratamiento intenso como matemáticas y lenguaje para hablar de las esenciales. Si se dan tres veces cada una de ellas, para el resto ya no queda nada. En aquella reunión me dijeron que había materias que se darían una vez cada quince días, lo que es ridículo, pues en ese tiempo los alumnos perderían, fácilmente, el hilo de lo que se está desarrollando.

Aquí no termina la historia. Había programas que contemplaban la necesidad de que los alumnos ¡escribieran una ópera! Esto quiere decir que debían escribir el argumento, luego el libreto, los textos, la música y finalmente: ¡interpretarla! ¿Miento? Es una pena que aquellos programas se quedaron encajonados con mis libros en Asunción; programas que Marta Lafuente estaba sumamente interesada en saber, sin ningún disimulo, cómo había conseguido. Y seguirá sin saberlo.

Después me vine a España y me despreocupé del tema, con la seguridad que tales programas no se iban a aplicar debido a las críticas que se le estaban haciendo (no era yo el único) y ante el interés que demostró Blanca Ovelar por todos aquellos cuestionamientos. Me dijeron que esos mismos programas fueron los que se aplicaron dentro de la famosa “reforma educativa” que ahora descubren que “no funcionó”. Pero si ya se lo dijo hace más de diez años. Más grave aún: la misma gente que gestó este bochornoso fracaso es la que se dispone a realizar un nuevo intento. En cualquier país serio, los responsables de un descalabro como este, renuncian, o son destituidos, pero nunca más podrán poner las manos sobre la materia que cometieron tan grave error y del que fueron víctimas miles de niños; un error que no podrá ser ya remediado. Acabo de leer que los alumnos del colegio Cristo Rey se retiraron de la mesa de negociaciones con el Ministerio de Educación, pues piensan que están siendo ninguneados. Y lo seguirán siendo, porque allí pusieron al zorro a cuidar del gallinero.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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